Me produce una satisfacción especial rescatar esta reseña, pues pertenece a una de esas novelas con las que uno se encuentra contadas veces. Un auténtico disfrute y sin duda lo mejor que leí en todo el año 2004.
La literatura general lleva mucho tiempo acudiendo en continuado oleaje al género fantástico para enriquecer con sus premisas sus principales obras. Andrew Sean Greer lo bordeó de manera tangencial en su primera novela, The Path of Minor Planets, y ha acabado por sumergirse en él del todo en esta joya de la literatura titulada Las confesiones de Max Tivoli. El autor, a quien Michael Cunningham califica como devastador y John Updike compara con Nabokov o Proust, se ha servido de un elemento genérico de fondo y un estilo literario genuinamente decadentista para indagar en los laberínticos recovecos del amor.
Max Tivoli, hijo de un misterioso hombre procedente de las oscuras tierras danesas, viene al mundo con una extraña particularidad. Recién nacido, su aspecto es el de un hombre de 70 años, y aunque mentalmente evoluciona en el sentido correcto, físicamente su cuerpo experimenta una regresión progresiva hacia la juventud y, aún más allá, hacia la niñez. En primera persona, a modo de diario retrospectivo, Max relata desde su cuerpo infantil los avatares de su existencia, especialmente su relación con Alicia, el amor de su vida, y con Hughie, su mejor amigo. Desde una melancólica resignación, el protagonista hace partícipe al lector de cómo su enfermedad ha condicionado el desarrollo de su vida, consagrada a un único amor.
En esencia, Las confesiones de Max Tivoli es un emotivo adagio inspirado por un anhelo inalcanzable, escrito con una sensibilidad exquisita que hurga con delicadeza en esa soledad a la que nos abocan la ignorancia del sentimiento ajeno y la tiranía del punto de vista propio. Toda la narración está pensada por Max Tivoli, desde la subjetividad equivocada del monstruo, y por ello el lector entrevé cosas que él ignora, vislumbra el sufrimiento de los otros más allá de su lastimoso monólogo. Este libro es, ante todo, una delicatessen que se degusta con placer, en la que uno se sumerge deliciosamente con la laxitud propia de a quien no molesta el paso del tiempo. Una exquisitez dirigida a paladares exigentes, que gusten del buqué de la buena literatura, de la literatura eterna.
La literatura general lleva mucho tiempo acudiendo en continuado oleaje al género fantástico para enriquecer con sus premisas sus principales obras. Andrew Sean Greer lo bordeó de manera tangencial en su primera novela, The Path of Minor Planets, y ha acabado por sumergirse en él del todo en esta joya de la literatura titulada Las confesiones de Max Tivoli. El autor, a quien Michael Cunningham califica como devastador y John Updike compara con Nabokov o Proust, se ha servido de un elemento genérico de fondo y un estilo literario genuinamente decadentista para indagar en los laberínticos recovecos del amor.
Max Tivoli, hijo de un misterioso hombre procedente de las oscuras tierras danesas, viene al mundo con una extraña particularidad. Recién nacido, su aspecto es el de un hombre de 70 años, y aunque mentalmente evoluciona en el sentido correcto, físicamente su cuerpo experimenta una regresión progresiva hacia la juventud y, aún más allá, hacia la niñez. En primera persona, a modo de diario retrospectivo, Max relata desde su cuerpo infantil los avatares de su existencia, especialmente su relación con Alicia, el amor de su vida, y con Hughie, su mejor amigo. Desde una melancólica resignación, el protagonista hace partícipe al lector de cómo su enfermedad ha condicionado el desarrollo de su vida, consagrada a un único amor.
En esencia, Las confesiones de Max Tivoli es un emotivo adagio inspirado por un anhelo inalcanzable, escrito con una sensibilidad exquisita que hurga con delicadeza en esa soledad a la que nos abocan la ignorancia del sentimiento ajeno y la tiranía del punto de vista propio. Toda la narración está pensada por Max Tivoli, desde la subjetividad equivocada del monstruo, y por ello el lector entrevé cosas que él ignora, vislumbra el sufrimiento de los otros más allá de su lastimoso monólogo. Este libro es, ante todo, una delicatessen que se degusta con placer, en la que uno se sumerge deliciosamente con la laxitud propia de a quien no molesta el paso del tiempo. Una exquisitez dirigida a paladares exigentes, que gusten del buqué de la buena literatura, de la literatura eterna.
"Las confesiones de Máx Tívoli" es, sin duda, mi libro favorito.
ResponderEliminarEs increíble la forma en que Andrew Sean Greer trata a los personajes...un amor, un mejor amigo y un protagonista tan atípicos pero tan humanos!
Máx es quizás la clase de persona que a nadie le gustaría ser, pero es tan profundamente sencillo en su complejidad que hace que te enamores de su personaje.
"Cada uno de nosotros somos el amor de la vida de otro". Creo que finalmente él fue el amor de la vida de dos personas, de las dos personas más imprtantes de su vida, las únicas dos personas que lo conocían tal y como era...Alice, su preciosa Alice, la historia de un amor verdadero pero de mentira, de esos de toda una vida. Da igual que los relojes avancen para delante o para detrás mientras avancen.
Creo que en el fondo todos somos un poco "Tívoli", las cosas que nos marcan de niños quedan cosidas a nuestra piel toda la vida. Aunque él nunca fuese niño. Aunque él nunca fuese viejo. Pero fue..."nacido de la matriz negra del mar"