La digresión es el pan de cada día del internauta. Te pones a buscar información sobre algo definido y acabas por los cerros de Ubeda, que te pueden pillar cerca o bastante lejos. Esta vez ha sido un desvío de los pequeñitos. Buscando datos sobre el estreno de "Pregúntale al viento", versión cinematográfica de la magnífica novela de John Fante Pregúntale al polvo, he encontrado una crítica del libro un pelín prejuiciosa. Pertenece al suplemento cultural del diario argentino Clarín, y tiene ya unos añitos, pero sirve para ejemplificar a la perfección un riesgo que corre todo crítico que no esté alerta, una suerte de fobia vírica. O sea, cuando un estilo, subgénero o corriente no gustan al reseñador y éste ve pervertido su buen jucio de forma que se lanza a desprestigiar todo aquello que se les acerque por considerarlo infectado. Y además, ésto es lo más triste, a hacerlo de forma poco elegante. No importa la calidad individual del libro, sino la del grupo en el que está inscrito. Mal asunto.
En este caso, al crítico no le interesa el porqué de la preeminencia de una u otra novela (Pregúntale al polvo o Espera a la primavera, Bandini), sino lograr la glorificación de una a costa de la humillación de la otra. Explota la notoria diferencia entre las dos y, sobre todo, la filiación (posterior) de una de ellas a una determinada corriente. Espera a la primavera, Bandini (que por cierto, también fue llevada a la gran pantalla) es un relato de preadolescencia que cuenta con un corte lineal clásico, mientras que Pregúntale al polvo es una montaña rusa en la que pasado y presente se alternan inteligentemente dentro de una misma línea narrativa. Lo que Fante logra de ese modo es dotar a su protagonista, Arturo Bandini, de una voz dubitativa, inconstante, menos adolescente pero tan personal como la del Holden Caulfield salingeriano. Temáticamente son también muy diferentes, y ahí radica el quid de la cuestión.
Al crítico le ofende Bukowski (cuyo estilo literario llega a calificar de estúpido), y por extensión todo lo que huela a realismo sucio, precisamente la corriente que, se intuye, inaugura para más inri esta obra de Fante. El resultado de perder la perspectiva es que acaba realizando una crítica del conjunto, de la corriente que tanto le disgusta, y no de la unidad, del libro en sí. No le interesa señalar sus defectos, sino cargarse la novela; no ser riguroso, sino mordaz. Y eso es darse más protagonismo a sí mismo que al libro. Un buen crítico nunca debería colocarse por encima de la obra que critica.
En este caso, al crítico no le interesa el porqué de la preeminencia de una u otra novela (Pregúntale al polvo o Espera a la primavera, Bandini), sino lograr la glorificación de una a costa de la humillación de la otra. Explota la notoria diferencia entre las dos y, sobre todo, la filiación (posterior) de una de ellas a una determinada corriente. Espera a la primavera, Bandini (que por cierto, también fue llevada a la gran pantalla) es un relato de preadolescencia que cuenta con un corte lineal clásico, mientras que Pregúntale al polvo es una montaña rusa en la que pasado y presente se alternan inteligentemente dentro de una misma línea narrativa. Lo que Fante logra de ese modo es dotar a su protagonista, Arturo Bandini, de una voz dubitativa, inconstante, menos adolescente pero tan personal como la del Holden Caulfield salingeriano. Temáticamente son también muy diferentes, y ahí radica el quid de la cuestión.
Al crítico le ofende Bukowski (cuyo estilo literario llega a calificar de estúpido), y por extensión todo lo que huela a realismo sucio, precisamente la corriente que, se intuye, inaugura para más inri esta obra de Fante. El resultado de perder la perspectiva es que acaba realizando una crítica del conjunto, de la corriente que tanto le disgusta, y no de la unidad, del libro en sí. No le interesa señalar sus defectos, sino cargarse la novela; no ser riguroso, sino mordaz. Y eso es darse más protagonismo a sí mismo que al libro. Un buen crítico nunca debería colocarse por encima de la obra que critica.
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