Hoy se cumple el centenario del nacimiento de Adolfo Bioy Casares, escritor a quien se suele ocultar frecuentemente tras la sombra de su compatriota Jorge Luis Borges. Desde que tuve mi primer encuentro con su obra, concretamente con La invención de Morel, hace ya muchos años, guardo esa circunstancia en el rincón oscuro y maloliente de las injusticias literarias. Pocas veces una amistad ha perjudicado tanto a una de las partes. Amigos y colaboradores durante más de cincuenta años, la condición de genio de Borges le robó la suya propia a Bioy, como si para el resto del mundo dos grandes maestros no cupieran en un mismo espacio.
La invención de Morel sigue siendo, para mí, la mejor novela corta de ciencia ficción escrita en castellano. La competencia tampoco ha sido mucha (recuerdo ahora la maravillosa El coleccionista de sellos, de César Mallorquí), pero es, en sí misma, y sin necesidad de compararse con ninguna otra, una obra excepcional. Naturalmente, no la única. Mis lecturas posteriores fueron engrandeciendo la imagen que tenía del escritor bonaerense. La trama celeste, Plan de evasión y, principalmente, El sueño de los héroes, son obras escritas por un maestro de las tramas fantásticas. Algunos de los componentes genéricos (tecnologías retrofuturistas, dimensiones paralelas) son propios de la ciencia ficción, motivo por el cual, arrimando el ascua a mi sardina, siempre le he reivindicado como escritor del género. De hecho, no pocos escritores han hurgado en territorios a los que Bioy ya había dedicado antes sus textos. Quizás el más significativo sea Christopher Priest, en cuyas narraciones siempre me ha parecido vislumbrar ciertas similitudes. El gusto por lo especular, por las líneas cambiantes del destino y la importancia de las elecciones personales son elementos fundamentales en las historias creadas por ambos.
La obra de Adolfo Bioy Casares se extiende más allá de sus numerosas creaciones de ficción, pero es en estas en las que su imaginación más brilla. Si no lo han leído aún, háganlo rápido. Descubrirán que la sombra de Borges no era tal cosa.
En cierta ocasión, Adolfo Bioy Casares, uno de los principales escritores argentinos del siglo XX, sucumbió a la curiosidad y se acercó a uno de los muchos salones de chat que sobre literatura existen en Internet. Además de expresar su admiración por este moderno medio, al que puso la única pega de no poder ver la cara de sus contertulios, el escritor se sumó al entusiasmo general respondiendo a todas las preguntas que se le hicieron. En una de las contestaciones, Bioy Casares decía que el secreto del éxito en una narración fantástica residía en llevar al lector por un texto realista tranquilo, para inesperadamente, cuando ya estuviera acostumbrado, darle como de golpe el hecho fantástico. Lo que no decía es que para lograr eso, evidentemente, hay que tener un pulso literario con el que cuentan muy pocos escritores, él entre ellos.
El sueño de los héroes, novela publicada en 1954, lleva este precepto a sus últimas consecuencias. Con algo más de doscientas páginas, el elemento fantástico no se deja entrever hasta las últimas diez, y ni aun en estas queda uno muy convencido hasta que cierra definitivamente el libro y se pone a pensar. Lo que pudiera ser una historia normal, aunque repleta de casualidades, acaba siendo un compendio de sucesos ineludibles con los que el destino, en su concepto más determinista, termina ahogando al personaje principal de la narración. Esta inevitabilidad de los hechos se desarrolla en paralelo con el otro gran tema de la novela, el del paso de la adolescencia a la madurez.
Emilio Gauna, su protagonista, es un muchacho que comparte con sus amigos una gran admiración por un adulto solitario: el doctor Valerga. Un fin de semana de carnaval, Emilio invita a sus amigos, Valerga incluido, a gastarse por ahí el dinero ganado en las carreras. El encuentro con un misterioso arlequín, y sobre todo, el olvido de lo acontecido la última noche, de la que más tarde sólo podrá entrever detalles, acosarán al protagonista hasta obligarle, años más tarde y ya casado, a tratar de repetir los hechos para recuperarlos. En el relato de esos años, Bioy Casares gratifica al lector realizando una ejemplar disección de los sentimientos y los motivos que llevan a las personas a cambiar la amistad por el amor en la juventud, mostrando cómo eso nos convierte en alguien distinto. Un logro literario que se basta por sí mismo para convertir la novela en memorable, pero al que cabe sumar el aspecto fantástico, que advierte al lector de lo peligroso que es intentar repetir el pasado, no por volver a sufrir los mismos errores, sino por el riesgo que supone la exposición a aquellos que se evitaron.
Bioy Casares es, además, uno de esos escasos escritores que permanecen impertérritos ante el sufrimiento de sus más queridos personajes, y que no dudan en abocarlos a un desenlace del que nunca pueden escapar. Se deleita en el estudio interior de su protagonista, presa de un impulso irrefrenable, del deseo incontrolado de llegar al final de una situación que lo supera. Ya ocurría así con el frustrado protagonista de su mejor obra, La invención de Morel, cuya lucha por cambiar el orden natural de la realidad se convertía en una obsesión. Esa impiedad por sus personajes alcanza su máxima expresión en un final seco, que no concede un palmo a la felicidad. El sabor amargo que deja la historia no es más que otro punto a su favor.
Por otra parte, uno de los valores más interesantes con los que cuenta la trama de El sueño de los héroes se encuentra en el punto de vista tan original desde el que el protagonista acomete el viejo problema de cambiar el pasado. No trasladándose hasta él, sino intentando repetirlo. En muchos aspectos, Bioy Casares no sólo era amigo de Borges; fue un escritor excepcional y con una capacidad para lo fantástico fuera de lo común.
Esta reseña fue publicada anteriormente en el Sitio de Ciencia-Ficción y en Bibliópolis, crítica en la red.
La invención de Morel sigue siendo, para mí, la mejor novela corta de ciencia ficción escrita en castellano. La competencia tampoco ha sido mucha (recuerdo ahora la maravillosa El coleccionista de sellos, de César Mallorquí), pero es, en sí misma, y sin necesidad de compararse con ninguna otra, una obra excepcional. Naturalmente, no la única. Mis lecturas posteriores fueron engrandeciendo la imagen que tenía del escritor bonaerense. La trama celeste, Plan de evasión y, principalmente, El sueño de los héroes, son obras escritas por un maestro de las tramas fantásticas. Algunos de los componentes genéricos (tecnologías retrofuturistas, dimensiones paralelas) son propios de la ciencia ficción, motivo por el cual, arrimando el ascua a mi sardina, siempre le he reivindicado como escritor del género. De hecho, no pocos escritores han hurgado en territorios a los que Bioy ya había dedicado antes sus textos. Quizás el más significativo sea Christopher Priest, en cuyas narraciones siempre me ha parecido vislumbrar ciertas similitudes. El gusto por lo especular, por las líneas cambiantes del destino y la importancia de las elecciones personales son elementos fundamentales en las historias creadas por ambos.
La obra de Adolfo Bioy Casares se extiende más allá de sus numerosas creaciones de ficción, pero es en estas en las que su imaginación más brilla. Si no lo han leído aún, háganlo rápido. Descubrirán que la sombra de Borges no era tal cosa.
En cierta ocasión, Adolfo Bioy Casares, uno de los principales escritores argentinos del siglo XX, sucumbió a la curiosidad y se acercó a uno de los muchos salones de chat que sobre literatura existen en Internet. Además de expresar su admiración por este moderno medio, al que puso la única pega de no poder ver la cara de sus contertulios, el escritor se sumó al entusiasmo general respondiendo a todas las preguntas que se le hicieron. En una de las contestaciones, Bioy Casares decía que el secreto del éxito en una narración fantástica residía en llevar al lector por un texto realista tranquilo, para inesperadamente, cuando ya estuviera acostumbrado, darle como de golpe el hecho fantástico. Lo que no decía es que para lograr eso, evidentemente, hay que tener un pulso literario con el que cuentan muy pocos escritores, él entre ellos.
El sueño de los héroes, novela publicada en 1954, lleva este precepto a sus últimas consecuencias. Con algo más de doscientas páginas, el elemento fantástico no se deja entrever hasta las últimas diez, y ni aun en estas queda uno muy convencido hasta que cierra definitivamente el libro y se pone a pensar. Lo que pudiera ser una historia normal, aunque repleta de casualidades, acaba siendo un compendio de sucesos ineludibles con los que el destino, en su concepto más determinista, termina ahogando al personaje principal de la narración. Esta inevitabilidad de los hechos se desarrolla en paralelo con el otro gran tema de la novela, el del paso de la adolescencia a la madurez.
Emilio Gauna, su protagonista, es un muchacho que comparte con sus amigos una gran admiración por un adulto solitario: el doctor Valerga. Un fin de semana de carnaval, Emilio invita a sus amigos, Valerga incluido, a gastarse por ahí el dinero ganado en las carreras. El encuentro con un misterioso arlequín, y sobre todo, el olvido de lo acontecido la última noche, de la que más tarde sólo podrá entrever detalles, acosarán al protagonista hasta obligarle, años más tarde y ya casado, a tratar de repetir los hechos para recuperarlos. En el relato de esos años, Bioy Casares gratifica al lector realizando una ejemplar disección de los sentimientos y los motivos que llevan a las personas a cambiar la amistad por el amor en la juventud, mostrando cómo eso nos convierte en alguien distinto. Un logro literario que se basta por sí mismo para convertir la novela en memorable, pero al que cabe sumar el aspecto fantástico, que advierte al lector de lo peligroso que es intentar repetir el pasado, no por volver a sufrir los mismos errores, sino por el riesgo que supone la exposición a aquellos que se evitaron.
Bioy Casares es, además, uno de esos escasos escritores que permanecen impertérritos ante el sufrimiento de sus más queridos personajes, y que no dudan en abocarlos a un desenlace del que nunca pueden escapar. Se deleita en el estudio interior de su protagonista, presa de un impulso irrefrenable, del deseo incontrolado de llegar al final de una situación que lo supera. Ya ocurría así con el frustrado protagonista de su mejor obra, La invención de Morel, cuya lucha por cambiar el orden natural de la realidad se convertía en una obsesión. Esa impiedad por sus personajes alcanza su máxima expresión en un final seco, que no concede un palmo a la felicidad. El sabor amargo que deja la historia no es más que otro punto a su favor.
Por otra parte, uno de los valores más interesantes con los que cuenta la trama de El sueño de los héroes se encuentra en el punto de vista tan original desde el que el protagonista acomete el viejo problema de cambiar el pasado. No trasladándose hasta él, sino intentando repetirlo. En muchos aspectos, Bioy Casares no sólo era amigo de Borges; fue un escritor excepcional y con una capacidad para lo fantástico fuera de lo común.
Esta reseña fue publicada anteriormente en el Sitio de Ciencia-Ficción y en Bibliópolis, crítica en la red.
No hay comentarios:
Publicar un comentario