domingo, 14 de septiembre de 2025

Un agradable reencuentro


Hace unos días, en plena ola de calor, buscando alivio en el aire acondicionado de un centro comercial, me di una vuelta por la librería de una de esas grandes cadenas en las que prima la novedad y el márqueting. Echando un vistazo a la sección de literatura fantástica, en la que desde hace tiempo escasea la ciencia ficción, me puse a ojear
Lo encontrado y lo perdido, la antología de Ursula K. LeGuin que ha editado recientemente Minotauro. Al recorrer el índice, me llamaron la atención dos asuntos. Del primero hablaré después, el segundo pertenece a la catalogación del contenido. Y es que el libro se anuncia en el texto de contraportada y desde el material promocional como la colección de novelas cortas de la escritora. Sin embargo, la extensión de la mayoría de los textos, con sólo un par de excepciones, oscila entre las cuarenta y las sesenta páginas principalmente. El debate de las definiciones según la longitud de los relatos se dio bastante en el pasado y, si uno busca información en google (saltándose la IA, que induce al error como es habitual), encuentra que es en el campo de la ciencia ficción donde más preocupación ha habido por este asunto, debido, principalmente, al etiquetaje que promueven sus grandes premios. 
No voy a volver a investigarlo de nuevo, pero tirando del recuerdo les daré, grosso modo, mis propias conclusiones. Aunque creo que se acercan a la realidad, tengan presente que no tienen por qué ser las correctas, pues esto acaba siendo, gran parte de las veces, un tema subjetivo. Aunque la longitud suele darse en número de palabras, yo, y creo que todos, la preferimos en cantidad de páginas. Considero relato corto a todo aquel que no pasa de las 20 ó 25 páginas, relato largo al que puede llegar a 60 ó 70, novela corta a lo que va desde ahí a unas 120 páginas y novela a todo texto de ficción que sobrepasa ese límite. Estas etiquetas no son las Tablas de Moises y, generalmente, la nomenclatura la marcan las normas del concurso de turno, del antólogo o de la editorial. Luego, además, está el asunto de los distintos idiomas y países, que de ahí procede gran parte del lío final. Por ponerles un ejemplo, los premios Hugo cuantifican de mayor a menor tal que así: novels, novellas, novelettes y short stories. Al mirar el índice del libro de LeGuin, la sensación que se tiene es de que la inmensa mayoría de relatos son novelettes (relatos largos) y no novellas (novelas cortas). Aunque puede que yo esté equivocado. La verdad es que hace años que perdí pie, ya no entiendo muy bien ni al mercado ni a los lectores de la ciencia ficción modernos y, además, la terminología va siendo cambiada progresivamente al gusto de las editoriales y de los nuevos aficionados. Tanto, que mucha de la que manejábamos hace un par de décadas ya no es considerada válida. En todo caso, da igual, pues lo que a mí me importa del libro es, en realidad, el primero de los asuntos que referí antes.
Me llevé una agradable sorpresa al mirar el índice y ver el relato que inicia el libro. Le Guin publicó "Más vasto que los imperios y más lento" en el año 1971, dentro de la antología New Dimensions (publicada en España por Adiax en 1982 como Nuevas dimensiones 1dirigida por Robert Silverberg. Me parece curioso lo que menciona la autora en la presentación del cuento, el deseo del antólogo de cambiar el título, que proviene de un poema de Andrew Marvell, porque, para mi gusto, es uno de los más evocadores de toda la ciencia ficción. Sonreí al verlo por nostalgia, porque me trajo recuerdos de un tiempo en el que el propio mundo me parecía no sólo más joven, sino también mucho más bello. La primera vez que leí ese título fue en el libro Encuentro con Medusa (1978), una antología publicada por Caralt que recortaba uno de los populares The Best recopilados por Terry Carr, un volumen gastado de portada llamativa que me acabé llevando del bibliobús. La lectura del cuento de Le Guin me atrapó tanto como el extraordinario relato que daba título al libro. El de Clarke era puro sentido de la maravilla, con aquel descenso de la Kon-Tiki a la atmósfera de Jupiter y aquellas criaturas jovianas que luego representó Carl Sagan en la serie de televisión Cosmos, pero el de Le Guin era igualmente fascinante. Aunque entonces no me fijaba tanto en esas cosas, estaba muy bien escrito, con una claridad que raras veces había visto en la cf, pero sobre todo, me sorprendió el tratamiento de personajes, tanto el peso de la relación entre ellos como el conflicto humano implícito en sus acciones y diálogos. Y por supuesto, me impactó la idea central de la historia.
El relato pertenece al universo Hainish leguiniano, y en él se narra la expedición al Mundo 4470, un lejano planeta deshabitado pero repleto de vegetación. Entre los miembros de la tripulación se cuenta Osden, un émpata de pasado autista cuya relación con el resto es conflictiva y cuyos continuos desprecios hacia los demás, por los que se ha ganado la animadversión de sus compañeros, sabremos más tarde que parten de un acto de autodefensa. Una vez en tierra, Osden percibe una presencia empática que resulta ser la vegetación del planeta, un único ser consciente, pero, en sus propias palabras, "Nada comprensible para una mente animal. Una presencia sin mente. Una conciencia de ser, sin objeto ni sujeto". Se trata de una sola entidad que responde a su primer contacto con el concepto de otredad transmitiendo a los cerebros de los humanos, de forma intrusiva, lo primero que percibe de ellos: el miedo. Al final, tras varias peripecias, Osden elige quedarse y el resto regresa a los dominios humanos. Se trata de un relato espléndido, en el que sorprende la facilidad con la que la autora muestra la complejidad de las relaciones entre sujetos sometidos a presión, primero en el pequeño entorno de la nave, lejos de casa, y finalmente debido a un medio desconocido y hostil. Le Guin expone a la perfección conceptos humanos como el miedo, la incomprensión y el amor, mueve a sus personajes y construye los diálogos con una gran capacidad expositiva, y presenta además un novum impactante dentro de los códigos de la ciencia ficción. Es un cuento que, releído hoy en día, me sigue fascinando por los mismos motivos que antaño, pero que también, con mucho más conocimiento y lecturas que entonces, me invita a una cierta reflexión. Porque me doy cuenta de cierto asunto que salta a la vista y que cualquier lector bregado en el género habrá percibido leyendo el propio resumen que he hecho del argumento. Y es que hay elementos basales que suenan a cosas ya vistas, conceptos muy concretos, presentados poco antes de que fuera escrito este cuento.     
Ya he divagado más veces sobre el tema de la originalidad. Suelo lamentar la falta de ella en muchos de los textos recientes que he leído. Es cierto que en parte se podría disculpar esa carencia debido a los más de cien años de historia que tiene un género literario en el que, por la cantidad de obras publicadas, es muy difícil introducir conceptos nuevos. Además, no es una circunstancia que se dé sólo en la ciencia ficción. Tal vez lo de apoyarse en otros textos pueda ser algo imposible de evitar, independientemente del tiempo en el que hurguemos. En la confección de una obra juega un papel importante el subconsciente del autor, e incluso su parte consciente en cuanto a que uno es producto de su experiencia (las obras leídas que han conformado su acervo literario) y del ámbito en el que se desarrolla (lo que prima en ese momento). Es muy fácil no darse cuenta de que tu idea ha salido de otro sitio. En este caso, la problemática en torno a las capacidades y el comportamiento de Osvald, el personaje principal del cuento, supone una inversión de términos de lo que ocurría con Richard Muller, el protagonista de El hombre en el laberinto. En esa novela, publicada por Robert Silverberg en 1968, el Muller no podía evitar la emisión de un aura empática que desagradaba profundamente a sus semejantes, aislándolo y convirtiéndolo en una persona de mal carácter. En el relato de Le Guin sucede lo contrario, es la emanación emocional de los demás lo que resulta insoportable para el protagonista, convirtiéndolo en una persona arisca. Por otra parte, es muy difícil no reconocer al océano sintiente de Solaris en la entidad vegetal que rodea al Mundo 4470. En la obra de Stanislaw Lem, publicada en 1961, los humanos eran incapaces de comprender a una entidad inteligente que rodeba como un océano el planeta Solaris. Le Guin propone lo mismo, transformando el medio líquido en vegetación.
Hablamos de dos obras publicadas tres y diez años antes y nada desconocidas para Le Guin. La antología en la que se publicó este cuento, como ya mencioné, estaba dirigida por el propio Silverberg. En apoyo de Lem llegó incluso a renunciar a la concesión de un premio Nebula, por lo que tampoco es descartable el consabido homenaje, pero no he encontrado nada al respecto. Quizás no se pueda acusar a Le Guin de plagiaria, pero lo cierto es que las dos grandes bazas del cuento, la base humana del conflicto y el propio novum, ya aparecían en narraciones nada lejanas de otros escritores. El asunto es, ¿tiene esto importancia? Bueno, la lectura del cuento sigue pareciéndome impactante, su contenido magnífico. No es original, pero el tratamiento que Le Guin hace de ideas que ya tuvieron otros autores antes que ella es muy interesante. Y distinto, que es lo que deberíamos mirar. Silverberg dotaba a su personaje de un nihilismo y un descreimiento del sentido de humanidad al que la creación de Le Guin da completamente la vuelta. Paradójicamente, el uso final que hace Muller de la maldición que lo separa de la humanidad le hace retornar a ella, mientras que la toma de decisión definitiva de Osvald lo separa de sus semejantes y de su propia naturaleza. El océano de Solaris es incomprensible, como lo es la vegetación del Mundo 4470, y su conciencia como ser vivo se hace patente en los efectos que tienen ambos sobre los seres humanos, pero producen resultados contrarios. Mientras que en la novela de Lem agudizan la incapacidad de comunicación y comprensión, en el relato de Le Guin provocan una comunión. El mensaje es opuesto: la obra de Lem hace hincapie en lo diferente, la de Le Guin en lo similar. La indiferencia de un universo ajeno y frío en Lem es calidez ecologista en Le Guin. No hay originalidad en los cimientos de este cuento, pero el tratamiento parte de puntos de vista tan dispares que da a luz obras muy diferentes.
¿Entonces? 
En realidad, sobre este asunto ya indagué hace casi 20 años en una entrada que titulé Ideas concurrentes. El tiempo ha pasado y, como suponía entonces, sigo sin obtener certezas. El mundo del arte, en el que la literatura ostenta un lugar distinguido, sigue siendo para mí un mar de complejidades y un completo misterio. En parte, eso es lo que me atrae de las letras, por eso escribo reflexiones como esta. ¿Puede una obra ser original no siéndolo de partida? ¿Puede una historia con los mismos elementos ser considerada original por presentar un tratamiento o abordaje o conclusión distintos? Puede que la originalidad sea fundamental, pero también puede ser que, como afirman en el mundo del diseño, esté sobrevalorada. Paul Rand, creador de famosas marcas corporativas, genio del logotipo, popularizó un consejo: "No intentes ser original, intenta ser bueno". Quizás ahí esté la clave.





miércoles, 20 de noviembre de 2024

Ecos del pasado

 


Leído en:  

LOS PREMIOS HUGO 1955-1961
Isaac Asimov
Martínez Roca
En la solapa de la contracubierta 
1986

domingo, 17 de noviembre de 2024

Breves: Eschbach, VanderMeer, Llamazares, Rosero

Los tejedores de cabellos, de Andreas Esbach

Una de esas novelas que les pirran a la mayoría de lectores y que a mí se me ha atragantado por diferentes motivos. No, desde luego, por su escritura ni por pesadez (está excelentemente escrita y es ágil), sino estrictamente por su deficiente acabado. Tiene apariencia de fix-up, estrategia a la que soy muy afín, pero está un poco desordenada. Los primeros cuentos coinciden en mostrar ciertos aspectos de un mismo lugar, luego tenemos otros sueltos que aportan trasfondo y que incluso son buenos relatos por sí mismos, y luego hay un desenlace precipitado, que resuelve el misterio sembrado en todo el libro mediante un par de artificios absolutamente chuscos.  
La historia huele toda a Gorodischer, y tiene momentos muy buenos, pero la estructura deficiente y ese final puro chiste, que te sume en la más absoluta perplejidad, le restan, me parece a mí, demasiados puntos. Como colección de cuentos está bien, como libro con ambición de novela, debido al ridículo giro final, no puedo tomarme la historia en serio. En mi opinión, es este uno de esos casos en los que las subtramas son mayores que la trama central. 
  

Aniquilación, de Jeff VanderMeer 

Gran novela que subió puestos en mi pila debido a la espléndida película de Alex Garland. Primera de una trilogía, su cierre me dejó con el interrogante de qué aportarán los dos libros restantes, o más directamente, de si son necesarios. La sinopsis y algunos comentarios que he leído me inducen a pensar que no. Tal como queda la novela, una vez intuido el centro del asunto, no veo necesario leer las continuaciones.
Se trata de una obra que pide la participación del lector, 
de esas que te obligan a poner algo de tu parte para dar significado a todo aquello que la trama sugiere pero esconde. Cuenta con un fuerte componente visual e imaginativo. La paleta de colores de VanderMeer es extensa y la aplica con enorme gusto tanto en la imaginería como en el desarrollo argumental. Hay descripciones de lo extraño muy potentes. La mejor, precisamente, es aquella con la que no cuenta la versión cinematográfica, el descenso a un subterráneo cubierto por una maturaleza anómala. En definitiva, buena prosa, buena historia y una excelente composición. 


Vagalume, de Julio Llamazares

Las novelas de Llamazares suelen tener un fuerte componente autobiográfico. En esta ocasión, no retrata los paisajes de su infancia, ni sus experiencias en el medio rural, ni sus años en Madrid, sino que desgrana sus pensamientos acerca de la escritura. Y lo hace a lomos de una trama de intriga realmente amena, el misterio de un escritor que muere dejando escondidas varias obras acabadas que no quiso publicar y de las que nunca habló a nadie. Es, por la historia, la novela de Llamazares más accesible para el gran público (casi austeriana), pero a la vez en la que mejor se vislumbra la parte íntima de su faceta de escritor.
La novela es un pequeño homenaje a los escritores de la novela popular o "de a duro" y a aquellos que escriben en la sombra, ajenos a la fama, y también una puerta de acceso a la forma de entender la escritura del autor de La lluvia amarilla. Me he hartado a anotar frases que, junto con la historia, han enriquecido mi manera de ver la figura del escritor. En Vagalume se desarrolla la resolución de un misterio literario, pero es, más que nada, un elogio a la labor de la escritura y a quienes dedican su vida a este noble arte. "Escritor es aquél que seguiría escribiendo aunque no publicara." 


En el lejero, de Evelio Rosero

Novela alegórica que se presenta en clave de realismo mágico y que alude en el fondo de su trama a un problema, el del secuestro, que va más allá de la historia colombiana y que afecta a toda latinoamérica. No me quedo, sin embargo, con el contenido, sino con la metáfora y su interpretación, con la descripción de ese purgatorio o infierno que es el fantasmal pueblo al lado de un volcán en el que transcurren las pocas páginas de esta novela corta.
Aunque la alusión a Rulfo es inevitable, a mí me ha recordado en la finalización a Bernanos y en su inicio al Insmouth lovecraftiano, tanto por lo extraño de los habitantes como por la insistencia por lo macabro en su lenguaje. Tanta que hay momentos en los que he creído que un poco de contención habría favorecido al texto. Al margen de esos pocos momentos de desmesura, el desasosiego que Rosero logra provocar en el lector es notable, por la descripción del lugar y de sus gentes, y por la acción, desarrollada mediante el uso de varias personas narrativas. En definitiva, una brillante metáfora que me atrae más por la estética y el juego interpretativo que por la realidad que denuncia.


lunes, 11 de noviembre de 2024

Vamos a morir todos



Se me ocurren tantas cosas que decir que no sabría ni por dónde empezar. El mercado editorial está en las últimas. 




martes, 17 de septiembre de 2024

La belleza de lo extinto


El subgénero postapocalíptico sigue dando maravillas sin descanso, tanto en el medio escrito como en el audiovisual. El grupo Arde Bogotá acaba de sacar La torre Picasso, un sencillo que sirve de epílogo a la etapa de Cowboys de la A-3. El revuelo que está armando procede principalmente de la canción, casi un tributo a una manera de hacer rock ya olvidada, significada por piezas de una longitud mayor y una notable diversidad de tramas, una forma de componer abandonada hace años a pesar de haber dado muchas de las obras maestras del rock del siglo pasado. El videoclip está en boca de todos, pero pocos, casi ninguno de los artículos y tuits que he podido leer, se centran en el aspecto visual, que a mí, particularmente, me parece que tiene una altura semejante, o incluso superior, a la que alcanza la magnífica música.
El arte de Aitor Guerrero y la productora Hautsa Gara emociona e invita a ver el vídeo una y otra vez, buscando detalle tras detalle. En él se ocultan claves secretas del pasado reciente de la banda, pero son las calles imaginadas de un Madrid abandonado e invadido por la naturaleza las que seducen por su belleza y la técnica con la que están creadas. Particularmente, me traen a la memoria los edificios y perfiles que disfruté tanto en el libro El arte de Tokyo Genso, lo cual no es extraño, pues ambas obras remiten a esos fondos digitales inmersivos en los que transcurren los videojuegos postapocalípticos, aunque en este caso, la clave sea mucho más cercana. No sé qué tiene este subgénero con el que conecto a niveles profundos, pero me sigue sorprendiendo y maravillando una y otra vez. Es una de las pocas cosas de las que a estas alturas aún no me he cansado. Disfrútenlo, merece mucho la pena. 

miércoles, 21 de agosto de 2024

Sobre fiestas del libro y valores añadidos



Debido a la escritura de un artículo, llevo un verano en el que apenas he dejado de teclear. Realicé la última entrega hace un par de días, y el caso es que, tras un par de meses convirtiéndolo en una rutina, al finalizar el trabajo me he quedado algo desinflado, con síndrome de ausencia. Si hay un mes malo para la laxitud es este. En mitad de agosto, atrapado por la canícula, entre sueño y sueño y sin mucha cosa que hacer, uno se pone a recordar y a dejar que la mente vague, o más bien divague, perdida en asuntos que el olvido dejó a medias meses atrás. El duermevela te lleva a otros días, a estaciones más frescas y momentos más satisfactorios, hasta que vuelves en sí de repente, sorprendido del ensimismamiento en el que estabas, alerta como quien despierta con la sensación de haberse caído de la cama y con una imagen clara en la cabeza. En este caso, de algo que pretendía escribir sobre actividades aparejadas al consumo de libros y el buen uso del tiempo y que olvidé. Aún con el mono del que les hablaba, he pensado: ¿por qué no escribirlo ahora? Madrid está vacío y la ausencia de los ruidosos vecinos me concede un momentáneo período de tranquilidad. Además, debido a las fechas en las que se enmarca el asunto, su publicación no viene a cuento, lo cual introduce un inesperado arrebato de rebeldía en el blog. Escribamos, pues.

La primavera y los libros siempre se han llevado bien. En una sucesión maravillosa, al poco de acabar la semana que prolonga y culmina el Día del Libro comienza la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, que a su vez concluye unos pocos días antes de que empiece la Feria del Libro oficial, la importante, la de las novedades gruesas, y también la del calor o el chaparrón, las multitudes, las firmas y el postureo. Aunque sean primas cercanas, les confieso que tengo la convicción, ya desde hace años, de que es un poco más fiesta del libro la segunda, la que se celebra en medio, aunque los focos de la cultura y las televisiones prefieran las otras dos. No quisiera dar una impresión errónea, no tengo ninguna cruzada contra las editoriales actuales ni contra las novedades, y ya no tengo una visión tan negativa como la que expresé aquí hace casi 20 años, pero en lo que concierne al concepto de autenticidad me parece más genuina la celebración del libro antiguo, usado, ya leído, que la del último producto que se luce en los telediarios y en las resplandecientes y bien situadas mesas de venta de las grandes cadenas. Es una querencia personal. Prefiero la celebración del reciclaje y el rescate, la de hacer justicia y reflotar lo caído en el olvido que la del producto de moda y la figuración. ¿Usted no? Perfecto, puedo estar equivocado.
Para mí no se trata del dinero, por muy relevante que sea la diferencia, sino del tipo de lector. Sinceramente, creo que el Día y la Feria del Libro son eventos que se esfuerzan por seducir, excepciones aparte, a aquel que lee de forma esporádica, quizás cuatro o cinco libros al año, o que busca el regalo que marca la tradición o la moda. O que disfruta el superventas de temporada. Por supuesto que el lector adicto va a acudir como una polilla a una lámpara, y a él van dirigidos los esfuerzos de las pequeñas editoriales, pero sospecho que en gran parte esto se monta para captar al visitante extraliterario, a los clientes nuevos o indecisos, a los imprescindibles para lograr grandes cifras de venta. En la doble condición de cultura e industria, es mi impresión, estas dos ferias se apoyan más en lo segundo, en la condición del libro como negocio. Y es por eso que la otra feria, la del libro viejo y barato, me parece más genuina, porque en ella no se ve de forma tan clara la maquinaria comercial, y porque a ella no acuden visitantes de domingo, sino el lector reiterativo, el obsesivo, el que no puede dejarlo, el que rebusca, el que persigue la pieza esquiva y compra títulos raros y poco atractivos, lo cual para mí, he aquí el prejuicio, se corresponde más con la auténtica definición del término "lector". ¿Esnobismo de lector viejuno? Sí, también, claro.
Aunque uno sea del tipo que lee poco, puede acercarse y disfrutar de los tres eventos, nada lo prohibe; si eres de los ávidos, lo harás de todos modos. Yo tuve la oportunidad de comprobar las diferencias hace pocos meses. Del Día del Libro no puedo escapar nunca, porque cumplo años y es, para mí, sinónimo de regalos, aunque me los conceda yo mismo. Lo de la Noche de los Libros, aparejada desde hace pocos años a ese día, dejó de ser una celebración para mí hace tiempo, pues llevo lustros siendo, casi exclusivamente, un ser diurno. Excepto el 2020 de la pandemia, cuando me desanimó la cola que llegaba hasta la estatua del angel caído, suelo ir cada año a la Feria del Libro. Es casi una tradición. Lo hago por la compañía y por saludar a la gente que conozco implicada en alguna de las editoriales participantes, e incluso a algún autor amigo para sacarle una firma. No soy mucho de eso, aunque este año me traje la de Jesús Carrasco. Llegar a casa, ojear los numerosos catálogos y buscarle un sitio a los nuevos habitantes de mi biblioteca es también bastante satisfactorio. Me divierto, la verdad, y lo paso bien, pero no como visitando la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, que recorrí entre medias y que es, para mí, otra historia.
Aprovechando la 46 (tetragésimo o cuadragésimo sexta, o simplemente cuarentaiseis, que hay que ver cuánto le cuesta a la gente no decir, incorrectamente, cuarentaiseisava) edición decidí dedicar el día entero a pasear por Madrid de un sitio a otro, comenzar hojeando libros en Moyano, beber unas cañas bien tiradas y degustar unas tostas en el Cervantes y acabar ojeando libros en la Feria de Recoletos. En definitiva, andar, comer, beber y recorrer las mesas y los mostradores colocados en fila para hurgar entre los montones de libros sucios y gastados, muchos de ellos tenedores de ese olor peculiar que desprende el papel viejo. Ese acto de búsqueda y curioseo lleva aparejada una prueba de memoria que no siempre es coronada con el éxito. No son pocas las veces que surge la duda. "¿Tengo este libro? ¿Dónde lo compré? No, era otro." A veces, cuando llegas a casa te das cuenta de que ahora tienes dos ejemplares de la misma novela. Y lo mejor es que da lo mismo, ya le darás salida. Más que lo que te llevas, lo que cuenta es el buen rato que has pasado.
Y este es el tema principal del que quería escribir. En ocasiones me preguntan "¿para qué tanto libro si no los vas a leer?" Vale. Primero, soy de la opinión de Umberto Eco, quien murió teniendo más de 50.000 libros en su biblioteca privada, una gran parte de ellos sin leer. Es cierto que uno pasa por épocas de agobio en las que también se hace la pregunta, pero al final la realidad que todo lector conoce se impone. No se le puede dar el mismo tratamiento a un libro que a un vestido. Un libro no es una mercancía, y su consumo no se corresponde siempre con el acto de leer todas sus páginas. Una biblioteca extensa te da la opción de elegir los libros que te apetezca. Los ojeas, los consultas, lees párrafos, recorres sus lomos y cubiertas con los dedos en tardes aburridas.  Incluso el olor o el tacto, su propia presencia, ya es un valor en sí mismo. Porque los libros no son solo su lectura, son también una larga serie de valores añadidos. Y uno de los principales es su búsqueda. Así lo conté en la reseña que escribí para C del libro La séptima víctima, de Robert Sheckley:

Mis libros me proporcionan placer no sólo por su contenido, sino también por lo que ha rodeado la adquisición de cada uno de ellos, en cuyo precio incluyo el disfrute de todo lo aparejado a su encuentro. Cuando los miro en las estanterías tengo también presentes, además de su medida narrativa, todos esos domingos recorriendo el rastro madrileño y los rastrillos de otras geografías: los sábados de la Cuesta de Moyano y las librerías de viejo, el mercadillo de Puertollano, la Feria de ocasión de Logroño, las tiendas del centro de A Coruña o las librerías de Urueña. Allá donde voy siempre hay libros (o cómics), y mi encuentro con ellos es parte del viaje.
 
Para mí, el tiempo que empleo en la compra de libros "viejos" es tan divertido como aquel que disfruto viendo películas o yendo a un concierto o a comer con amigos en un restaurante. Y muchas veces me cuesta menos dinero que el gastado en esas actividades. Cuando me preguntan para qué tanto libro y tebeo lo enfocan mal. Realizo una actividad que me entretiene y divierte por el mismo dinero que otras, y encima me traigo a casa el objeto del gasto. No encuentro diferencias entre pasar una mañana en librerías de viejo o recorriendo puestos de libros y ver en el cine una película con palomitas, cosa que también hago a menudo y que puede conllevar un mayor gasto. Aunque tirara luego los libros, la relación entre disfrute y precio ya habría hecho que mereciera la pena. Lo de pasarlo bien con según qué cosas es una cuestión de gustos personales, ni más ni menos. La clave es el espacio con el que cuentes, y mientras tenga la suerte de tenerlo, voy a seguir explorando librerías con olor a antiguo, ferias en ciudades y pueblos de paso y mis santuarios de siempre. Y disfrutando esas visitas como el crío que aún no se ha querido ir del todo.


viernes, 14 de junio de 2024

Ecos del pasado


 

Leído en:

AYESHA, EL RETORNO DE "ELLA"
H. Rider Haggard
2ª Edición
Laertes
En el prólogo firmado por José L. Moreno-Ruiz
29 Enero 1983

lunes, 10 de junio de 2024

La guerra es la paz



En el editorial que abre el primer número de la nueva revista publicada por la cadena de restaurantes VIPS, regalado en la Feria del Libro de este año, aclaran lo del nombre: "Que se llame Normal no es un anacronismo sino una apuesta. Reivindicamos con ímpetu lo sencillo frente a un tiempo tan complejo". En el siguiente párrafo informan de la principal aspiración del proyecto, la de que llegue a ser "un retrato de nuestro tiempo". A estas alturas, a nadie se le escapará que el incumplimiento de partida del primer objetivo es una evidencia del éxito completo del segundo. 
La revista Normal anuncia desde su portada artículos sobre la "cultura diner", el "true crime" y la "moda collage", expresiones y conceptos tan normales que cualquier habitante de la periferia urbana o del medio rural podría identificar en su vida diaria. Hay que admitir que el mundillo cultural siempre ha tenido ese deje snob, pero en este siglo que sufrimos, infestado como está hasta los tuétanos del lenguaje y los usos de la mercadotecnia, es, más que nunca, pura pose. No sólo en lo relativo a su aspecto, sino incluso, y esto es lo auténticamente grave, en muchos de sus contenidos. 
Sin duda, desde esa portada se retratan estos tiempos de oxímoron, en los que se pueden imponer contradicciones sin rendir cuentas a la lógica, en los que la razón ya no prima en las discusiones ni en los debates. Y lo peor es que este doblepensar orwelliano no se circunscribe a lo cultural, que es importante no sólo por sí mismo, sino también por lo que genera. La política y las ideologías también se defienden desde posturas que no se sostienen. Ser consecuente ya no exige dar explicaciones, basta con exponer la incoherencia correspondiente en el sofisma del otro, en un bucle infinito de ataques y defensas que jamás contienen argumentos. La Ilustración yace bajo las ruinas de la modernidad, la Edad de la Razón llegó a su fin hace años. Como lemmings, nos limitamos a seguir la corriente de los tiempos, la deriva.

miércoles, 17 de abril de 2024

Breves: North, Le Guin, Harrison

Las primeras quince vidas de Harry August, de Claire North

Englobada en ese pequeño grupo de novelas que juegan a trastocar el curso temporal ordinario en la vida de sus personajes, lo que debido a la abundancia comienza a ser casi un subgénero dentro de un subgénero, la de Claire North no destaca en demasía. Desde luego, no ayuda que el nivel de las obras con las que comparte nicho sea tan alto (de Las confesiones de Max Tivoli a La mujer del viajero en el tiempo, partiendo del propio Benjamin Button de Fitzgerald), aunque siendo justos, lo cierto es que su debilidad solo es achacable a sus propios defectos. 
El comienzo viene marcado por una presentación de personajes nada clara. El capítulo dos ha de ser leído varias veces para entender el cuadro familiar completo. De ahí en adelante, la novela engancha, principalmente por su maravillosa idea central, una suerte de día de la marmota extendido a vidas enteras que se repiten una y otra vez, conservando sus protagonistas, al igual que en la película Atrapado en el tiempo, la memoria. Hay un buen desarrollo hasta los dos tercios de novela. Sin embargo, a partir de la búsqueda del desaparecido Club Cronos se da una sensación de tedio y alargamiento innecesario. El final, que prometía implicaciones más grandes, acaba siendo un ajuste de cuentas personal, algo mucho más pequeño. La sensación definitiva que deja el libro es la de una buena idea no muy bien aprovechada. Pienso que una trama de más de quinientas páginas no debería estar al servicio de un macguffin



El nombre del mundo es bosque, de Ursula K. Le Guin

Las relecturas suelen decepcionar casi siempre, pero este no es el caso. La novela de Le Guin me ha parecido más compleja que hace unos (muchos) años. Quizás el tema ecológico, hacia el que la realidad ha dirigido su atención con insistencia desde entonces, parezca en la novela menos llamativo que en el siglo pasado, pero el poso ideológico que la autora le imprime siempre a sus obras sigue vigente. Más para este lector, pues donde entonces me pareció que la obra tomaba partido por la especie indígena, en una suerte de Primera Directiva startrekiana algo naíf, ahora encuentro tonos grises, claroscuros en las actitudes de ambas especies.
Si es sorprendente la sumisión inicial de los indígenas, su sometimiento a la esclavitud, también lo es la permisividad con la que los humanos aceptan una masacre que, comparativamente, parece más grave que su también reprobable percutor. Al final de todo queda el mensaje de que el mal y el bien se encuentran en los individuos. Más que a la falta de entendimiento, la crítica se dirige hacia la vituperable actitud de generalizar. La importancia que tienen la biología y la cultura en esta historia es grande, pero son los individuos los que marcan la diferencia. La prosa, aunque no haga falta decirlo, sigue pareciéndome excelente. En definitiva, en falta ya de su presencia, la obra de Le Guin sigue superando cualquier examen. Sencillamente, la mejor.



Preparativos de viaje, de M. John Harrison

Preparativos de viaje es una antología identificablemente harrisoniana. Salvo en el caso del ciberpunk "La Costa del Suicido", no estamos ante relatos fáciles de etiquetar. La vena fantástica puede corresponder en realidad a una alucinación o a un punto de vista de los personajes, así que su catalogación genérica dependerá de la interpretación que en cada cuento haga el receptor. A pesar de lo chocante que pueda resultarle a un español la muy argentina traducción de Marcelo Cohen, la magnífica escritura de Harrison llega al lector con la potencia de siempre. Sus temas recurrentes vuelven a estar representados con insistencia. Harrison alude a un orden oculto de las cosas, a una dimensión ajena entreverada con la nuestra que solo puede ser aprehendida desde un determinado estado vital. Aunque no es de esas realidades ocultas de lo que se nutren sus historias, sino de la simple percepción de las mismas, de cómo se llega a inmiscuir esa visión de lo oculto en la vida de los personajes, atisbos que pueden ser de realidades tanto externas como interiores, de paisajes desolados y de estados del alma o el corazón.
La de Harrison es un tipo de literatura que lanza preguntas sin llegar a dar respuestas, que exige la participación del lector, que busca más en el estilo y la forma que en la ortodoxia del desenlace argumental. Es siempre una escritura de profundidad, que busca provocar sensaciones, estados de ánimo, tanto por lo intrigante de los desarrollos como por las peculiares descripciones. Las localizaciones de estos cuentos persiguen lo marginal, las estaciones de metro abandonadas, los callejones oscuros, las naves industriales vacías, los suburbios de pequeñas ciudades, siempre bajo la lluvia, produciendo el mismo efecto que los fríos y anodinos anocheceres dominicales de invierno. La narrativa de Harrison es un estado mental y estos cuentos lo reflejan.

miércoles, 3 de abril de 2024

Criminal Blurbs





"El trabajo creativo es... un regalo para el mundo y todos quienes vivimos en él. No nos prives de tu contribución. Danos lo que tienes.” 

-Steven Pressfield