Primavera extremeña, de Julio Llamazares
Si no fuera porque se basa en la realidad, esta novela corta podría parecer un sueño evasivo, una ilusión creada por la mente del autor para escapar de los tres largos meses de confinamiento a los que el coronavirus sometió a los habitantes de los núcleos urbanos. Julio Llamazares tuvo la suerte de poder dejar Madrid un par de días antes de que se decretara el Estado de Alarma y viajar a un lagar rehabilitado en las afueras de un pueblo de Extremadura. Para su sorpresa, acabó siendo la mejor primavera desde su infancia.
Mientras el virus propagaba enfermedad y muerte por todo el planeta, el autor pasaba los días en una suerte de arcadia rural, paseando, leyendo, escribiendo y, en definitiva, gozando de una primavera sin presencia humana, y por ello pletórica. Las dehesas, los caminos, la hierba, los frutales, las flores, las aves, las tormentas, los paseos por un mar de color y bajo noches estrelladas. En definitiva, todo lo que conforma la estación perfecta y el disfrute thoreauniano de la naturaleza arropa al escritor y sus acompañantes durante tres meses idílicos en los que el mundo, en la lejanía, se hundía en el abismo.
Es curioso cómo las primeras páginas, relato realista de los días previos al confinamiento, arrojan un efecto de ciencia ficción. Lo que en la realidad de estos meses solo ha sido una sensación, se convierte en un hecho al ser traspasado a la literatura. Es obvio que la pandemia ha dado un giro de ficción a la realidad. Por eso, esta primavera idílica al margen parece más un ensueño que lo que realmente es, el diario veraz de unos días de felicidad en las fronteras del apocalipsis.
Quemadura, de Jorge Camacho
Es complicado mantener la objetividad cuando has tratado con el autor, en horas voladas de comidas y cafés, muchos de los temas que se revuelven en el fondo de estos poemas. Por un lado, maldigo la pérdida del descubrimiento, ese sentido de maravilla circunscrito al contenido de unos versos que al lector virgen le va a sorprender; por otro, me fascina la capacidad para sintetizar esos conceptos para mí familiares, pero sumamente complejos, en apenas unas líneas y una sintaxis tan impactante.
La mirada de Jorge Camacho busca siempre la faceta oculta del mundo, ese otro significado que los hechos y los paisajes ocultan bajo su apariencia más evidente. Le busca las vueltas a la cotidianeidad para extraer imágenes y significados que siempre resultan sorprendentes. Sus poemas hacen las veces de filtro delator del mundo, de esa otra realidad que, tímida, se esconde en la umbría de los significantes. Como el caminante de Taniguchi, Camacho holla las calles del planeta con los ojos bien abiertos, gozoso en el paseo, observando lo que la apariencia disfraza. Hombre viajado, versifica sus impresiones en diversos lugares del mundo; en Edimburgo, en pequeñas ciudades de Finlandia o Portugal o del este de Europa, en Taiwan y Japón, en los pueblos de Extremadura y en el propio Madrid, para acabar volviendo siempre al barrio de la infancia, al territorio del recuerdo.
Tanto las reflexiones vitales como sus aficiones se van sucediendo y enlazando en un camino que parece buscar sus atractores por sí mismo. La ciencia, la astronomía, la ciencia ficción, los dioses, la literatura, la política; el temprano fallecimiento de sus padres, la eutanasia, la soledad, el sexo. Hay mucho espacio en estas páginas para la muerte y el deseo y muy poco para la creencia y el amor. La poesía de Jorge Camacho es pragmática, una búsqueda del sentido de las cosas desde una resignación plácida, sin sufrimiento, desde la aceptación de un mundo falto de sentido pero repleto de significados. "Quemadura" desnuda la realidad para mostrarnos la paradoja del mundo.
La mirada de Jorge Camacho busca siempre la faceta oculta del mundo, ese otro significado que los hechos y los paisajes ocultan bajo su apariencia más evidente. Le busca las vueltas a la cotidianeidad para extraer imágenes y significados que siempre resultan sorprendentes. Sus poemas hacen las veces de filtro delator del mundo, de esa otra realidad que, tímida, se esconde en la umbría de los significantes. Como el caminante de Taniguchi, Camacho holla las calles del planeta con los ojos bien abiertos, gozoso en el paseo, observando lo que la apariencia disfraza. Hombre viajado, versifica sus impresiones en diversos lugares del mundo; en Edimburgo, en pequeñas ciudades de Finlandia o Portugal o del este de Europa, en Taiwan y Japón, en los pueblos de Extremadura y en el propio Madrid, para acabar volviendo siempre al barrio de la infancia, al territorio del recuerdo.
Tanto las reflexiones vitales como sus aficiones se van sucediendo y enlazando en un camino que parece buscar sus atractores por sí mismo. La ciencia, la astronomía, la ciencia ficción, los dioses, la literatura, la política; el temprano fallecimiento de sus padres, la eutanasia, la soledad, el sexo. Hay mucho espacio en estas páginas para la muerte y el deseo y muy poco para la creencia y el amor. La poesía de Jorge Camacho es pragmática, una búsqueda del sentido de las cosas desde una resignación plácida, sin sufrimiento, desde la aceptación de un mundo falto de sentido pero repleto de significados. "Quemadura" desnuda la realidad para mostrarnos la paradoja del mundo.
El invencible, de Stanislav Lem
Ciencia ficción clásica con un alto grado de elaboración literaria. Si no fuera por esto último, la historia podría configurar uno de esos guiones de suspense espacial en los que los astronautas se enfrentan a una pavorosa y extraña fuerza alienígena. De hecho, las similitudes en naturaleza y constitución entre la amenaza de este libro y la que pone en peligro a la Tierra en "Moonfall", la película de Roland Emmerich, son más que sorprendentes (por no decir otra cosa). Afortunadamente, Lem dota a esta historia de una trama inteligente y una narrativa sin fisuras que emplea gran parte de su recorrido en describir tanto el entorno como, sobre todo, el elemento científico de la trama. Y lo hace desde el principio, describiendo el aterrizaje de la nave espacial durante bastantes páginas con un detallismo y una preocupación por la verosimilitud (la de los años 60 en los que se publicó el libro) que avisa de cuál va a ser el tono general de la obra. Esa preocupación por el rigor científico lo impregna todo, desde la exploración del desconocido planeta al origen y características del enemigo alienígena, situando a la obra en las fronteras de la hard sf.
Es curioso el contraste con Solaris, la obra maestra de Lem publicada sólo tres años antes, una novela que fiaba todo su potencial a la indefinición y la absoluta falta de certeza científica, aunque a decir verdad, el final de El invencible vuelve a compartir el mensaje principal de aquella obra, la imposibilidad de aprehender, de siquiera comprender los misterios del universo. "No todo, ni en todas partes, es para nosotros", sentencia en su cabeza el oficial Rohan tras vivir un momento de iluminación ante lo incognoscible. Ese capítulo final es maravilloso, una andada en solitario por tierras desconocidas que recupera toda la potencia de la vieja ciencia ficción, aquella que convocaba a la maravilla sin necesidad de retruécanos, sumergiendo al lector con sencillez en paisajes desconocidos.
Sí hay, a mi entender, un punto débil en la narración, y es la manera en la que se da explicación al gran misterio, una deducción excesivamente casual, sin base alguna. Choca en un libro que pone tanto énfasis en el elemento racional y cartesiano. En cuanto a la edición de Impedimenta, cabe decir que a diferencia de la de Minotauro, que estaba volcada del inglés, cuenta con una traducción directa del polaco. Bastante fluida, aunque el texto presenta alguna que otra frase desordenada o no bien resuelta.
Es curioso el contraste con Solaris, la obra maestra de Lem publicada sólo tres años antes, una novela que fiaba todo su potencial a la indefinición y la absoluta falta de certeza científica, aunque a decir verdad, el final de El invencible vuelve a compartir el mensaje principal de aquella obra, la imposibilidad de aprehender, de siquiera comprender los misterios del universo. "No todo, ni en todas partes, es para nosotros", sentencia en su cabeza el oficial Rohan tras vivir un momento de iluminación ante lo incognoscible. Ese capítulo final es maravilloso, una andada en solitario por tierras desconocidas que recupera toda la potencia de la vieja ciencia ficción, aquella que convocaba a la maravilla sin necesidad de retruécanos, sumergiendo al lector con sencillez en paisajes desconocidos.
Sí hay, a mi entender, un punto débil en la narración, y es la manera en la que se da explicación al gran misterio, una deducción excesivamente casual, sin base alguna. Choca en un libro que pone tanto énfasis en el elemento racional y cartesiano. En cuanto a la edición de Impedimenta, cabe decir que a diferencia de la de Minotauro, que estaba volcada del inglés, cuenta con una traducción directa del polaco. Bastante fluida, aunque el texto presenta alguna que otra frase desordenada o no bien resuelta.
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