En un determinado momento de la película Parque Jurásico, el matemático Ian Malcolm, personaje interpretado por el actor Jeff Goldblum, asegura muy convencido: "la vida se abre camino". Es una frase que suelo utilizar como ocurrente comodín cuando me encuentro con un conflicto que, sospecho en ese momento, se acabará resolviendo por sí solo. Generalmente el tiempo me da la razón; en muchas ocasiones, para mi infortunio. Hace años, por ejemplo, que andamos buscando una nueva nomenclatura, algo que sustituya al malhadado término "ciencia-ficción" con la idea de acercar este tipo de literatura a los lectores y críticos externos. Durante décadas, el deseo de encontrar un sustituto a la palabreja, causante de evidentes gestos de disgusto en los rostros ajenos, ha suscitado enconadas discusiones en el fandom. A mí, la verdad, nunca me preocupó mucho esta historia, siempre pensé que la cuestión se acabaría solucionando por sí misma, que cuando los grandes autores comenzaran a utilizar las temáticas y escenarios propios del género, la vida se abriría camino.
Cuando a mediados de la pasada década la cf comenzó a ser tratada (por fin) con legítimo interés fuera de sus fronteras, Julián Díez propuso el término Prospectiva, y Fernando Ángel Moreno se sumó a esa propuesta aplicándole sus propios matices (les recomiendo que lean los dos artículos de Díez incluídos en los números 2 y 10 de la revista Hélice). Aquello tuvo continuidad en una web, Prospectiva, y un libro, Teoría de la literatura de ciencia ficción, y algunos de ustedes recordarán incluso la pequeña guerra que propició lo que en realidad no era mas que una nueva corriente de pensamiento, abierta como todas a discusión. En el fandom siempre se ha preferido la bronca al debate, eso es un hecho, así que la cosa no ha dado (aún) los frutos deseados. Personalmente, no me adscribí al movimiento porque siempre pensé que el término ciencia ficción, con su mala fama, sería dado de lado por las editoriales y críticos generalistas, pero que, tal como se iba demostrando con cada novedad que aparecía en las librerías, las etiquetas que emplearían no serían nuevas, sino que bajarían al nivel siguiente y utilizarían los subgéneros propios de la cf como definición y asiento particular de cada obra.
Así fue. De repente las librerías se llenaron de thrillers futuristas, parábolas post-apocalípticas, historias alternativas y todo tipo de imaginativas mezclas que jamás habíamos visto. Por supuesto, al lado de ellas nunca aparecía el término ciencia ficción, cosa, en mi opinión, irrelevante. Era una manera válida de reconocer a la bicha sin nombrarla. Jamás me he sentido talibán en esto de las denominaciones. Cuando los tebeos se convirtieron en cómics me pareció bien, y cuando estos lo hicieron en novelas gráficas me pareció aún mejor, puesto que empezaron a ser leídos por personas que antes no lo habrían hecho. Eso amplió el universo del arte secuencial, sobra decir que para mi propio beneficio. Pensé que con la ciencia ficción ocurriría lo mismo, pero claro, olvidé las palabras de Ian Malcolm que precedían a las anteriormente citadas:
Saben que hace escasamente un mes falleció Richard Matheson. Algunos de ustedes recordarán que le dediqué una entrada a tan funesto acontecimiento. Como ocurre siempre que muere alguien de cierta notoriedad, el diario El País lo mencionó en la sección de obituarios. Allí fue donde me di de bruces con el aborto que pueden ustedes encontrar en la foto que tienen abajo: fantasía distópica.
Soy leyenda.
Fantasía.
Distópica.
...
Lo reconozco, me quedé corto. Jamás supuse que llegarían tan lejos, no sólo a sortear el nombre del género, sino a intentar cambiar la definición de sus categorías temáticas, la propia historia de un género literario con miles de obras a sus espaldas, una taxonomía asentada tras más de cien años de recorrido. No me enfado por lo anecdótico, porque un ignorante tilde de fantasía y distopía a la vez lo que no es ni una cosa ni la otra, sino uno de los mejores post-apocalípticos que ha dado la ciencia ficción. No es eso. Jamás he dicho nada cuando la han catalogado como novela de vampiros, porque eso sí cuela. En realidad, me indigno porque esto es sólo un guijarro más en una playa de burradas. Busco en Google, y para "fantasía distópica" me salen más de 7.000 resultados, y cada día que miro, la cifra sube. El escritor Emilio Bueso gana el premio Celsius con su novela apocalíptica de futuro cercano Cenital y corre presto a calificarla como distopía. Toda obra literaria o cinematográfica que transcurre en el futuro es presentada ahora mismo como distópica. El horror, el horror...
Esta aberración proviene, se lo pueden imaginar, del éxito obtenido por Los juegos del hambre, la novela que inicia la trilogía precisamente distópica de Suzanne Collins. Sucede que, para abrirse camino, la industria elige siempre los senderos del dinero. El petardazo de esa serie provocó un estallido de novelas distópicas en el sector de lo que los norteamericanos llaman young-adult, literatura para jovenes en proceso de maduración mental. El término distopía empezó a ser identificado, por una suma de ignorancia, falta de respeto y sentido del negocio, con el futuro, fuera éste del signo que fuera. Vendía, daba dinero, y sonaba bien como sustituto del punto temporal en el que sucede la mayor parte de la ciencia ficción. Suena mejor que futurismo y demás sinónimos, pero lo cierto es que es una simplificación vergonzosa de lo que verdaderamente significa esa palabra.
En realidad, el término "distopía" fue acuñado por John Stuart Mill en la segunda mitad del siglo XIX, y es normal que naciera de la mente de quien fue parlamentario, economista y filósofo, pues en esencia reúne política, economía y pensamiento.
Como ocurre tantas veces, con el paso del tiempo el término va adquiriendo complejidad, pero sin perder nunca su esencia. La ciencia ficción se apropia del concepto y, mediante las historias recogidas en sus obras, le da su sentido final. Las principales distopías del siglo XX no dejan lugar a dudas sobre qué es una distopía. Nosotros, Un mundo feliz, 1984 y Farenheit 451, por citar las cuatro principales, se sustentan en los mismos pilares. Describen sociedades fácilmente identificables como antiutopías o falsas utopías. El Estado somete a sus ciudadanos, se presenta como ideal pero coarta la libertad del individuo. Cada una de esas novelas presenta sus particularidades, pero las cuatro son idénticas en ese aspecto.
La última de estas cuatro novelas se publicó hace ya más de 50 años, y desde entonces el género ha dado un gran número de distopías, y en todas ellas han estado presentes Estados opresores disfrazados de bienhechores, naciones instituidas como falsas utopías. Lean las definiciones de distopía que localicen en los numerosos tratados del género y en todos encontrarán lo mismo. En la "Ultimate Enciclopedia of Science Fiction" de David Pringle, que es la que más a mano tengo, se habla de distopía en estos términos: "a politically nasty place to live (opposite of Utopia, a good place)". La crítica política y social están siempre presentes en una distopía, siempre dimanadas de una lectura inversa de su apariencia. Por mucho que lo utilicen críticos ignorantes desde fuera del género o autores decididos a conseguir una mayor comercialización de su producto, un futuro cercano, un futuro apocalíptico, un futuro, en definitiva, sin esos elementos de falsa similaridad con la utopía, no son distopías. Lo serán algún día si, presos de la indulgencia, nos rendimos y damos pábulo a semejante error. Y luego también al siguiente, hasta que todo se borre y nada quede, y aceptemos comenzar desde cero.
Y entonces, cien años de historia se habrán ido, gracias a nosotros, por el retrete.
Cuando a mediados de la pasada década la cf comenzó a ser tratada (por fin) con legítimo interés fuera de sus fronteras, Julián Díez propuso el término Prospectiva, y Fernando Ángel Moreno se sumó a esa propuesta aplicándole sus propios matices (les recomiendo que lean los dos artículos de Díez incluídos en los números 2 y 10 de la revista Hélice). Aquello tuvo continuidad en una web, Prospectiva, y un libro, Teoría de la literatura de ciencia ficción, y algunos de ustedes recordarán incluso la pequeña guerra que propició lo que en realidad no era mas que una nueva corriente de pensamiento, abierta como todas a discusión. En el fandom siempre se ha preferido la bronca al debate, eso es un hecho, así que la cosa no ha dado (aún) los frutos deseados. Personalmente, no me adscribí al movimiento porque siempre pensé que el término ciencia ficción, con su mala fama, sería dado de lado por las editoriales y críticos generalistas, pero que, tal como se iba demostrando con cada novedad que aparecía en las librerías, las etiquetas que emplearían no serían nuevas, sino que bajarían al nivel siguiente y utilizarían los subgéneros propios de la cf como definición y asiento particular de cada obra.
Así fue. De repente las librerías se llenaron de thrillers futuristas, parábolas post-apocalípticas, historias alternativas y todo tipo de imaginativas mezclas que jamás habíamos visto. Por supuesto, al lado de ellas nunca aparecía el término ciencia ficción, cosa, en mi opinión, irrelevante. Era una manera válida de reconocer a la bicha sin nombrarla. Jamás me he sentido talibán en esto de las denominaciones. Cuando los tebeos se convirtieron en cómics me pareció bien, y cuando estos lo hicieron en novelas gráficas me pareció aún mejor, puesto que empezaron a ser leídos por personas que antes no lo habrían hecho. Eso amplió el universo del arte secuencial, sobra decir que para mi propio beneficio. Pensé que con la ciencia ficción ocurriría lo mismo, pero claro, olvidé las palabras de Ian Malcolm que precedían a las anteriormente citadas:
"John, el tipo de control al que usted aspira no es de ningún modo posible. Si algo nos ha enseñado la historia de la evolución es que la vida no puede contenerse, la vida se libera, se extiende a través de nuevos territorios y rompe las barreras dolorosamente, incluso peligrosamente, pero así es."Así es, sí. Vean si no.
Saben que hace escasamente un mes falleció Richard Matheson. Algunos de ustedes recordarán que le dediqué una entrada a tan funesto acontecimiento. Como ocurre siempre que muere alguien de cierta notoriedad, el diario El País lo mencionó en la sección de obituarios. Allí fue donde me di de bruces con el aborto que pueden ustedes encontrar en la foto que tienen abajo: fantasía distópica.
Soy leyenda.
Fantasía.
Distópica.
...
Lo reconozco, me quedé corto. Jamás supuse que llegarían tan lejos, no sólo a sortear el nombre del género, sino a intentar cambiar la definición de sus categorías temáticas, la propia historia de un género literario con miles de obras a sus espaldas, una taxonomía asentada tras más de cien años de recorrido. No me enfado por lo anecdótico, porque un ignorante tilde de fantasía y distopía a la vez lo que no es ni una cosa ni la otra, sino uno de los mejores post-apocalípticos que ha dado la ciencia ficción. No es eso. Jamás he dicho nada cuando la han catalogado como novela de vampiros, porque eso sí cuela. En realidad, me indigno porque esto es sólo un guijarro más en una playa de burradas. Busco en Google, y para "fantasía distópica" me salen más de 7.000 resultados, y cada día que miro, la cifra sube. El escritor Emilio Bueso gana el premio Celsius con su novela apocalíptica de futuro cercano Cenital y corre presto a calificarla como distopía. Toda obra literaria o cinematográfica que transcurre en el futuro es presentada ahora mismo como distópica. El horror, el horror...
Esta aberración proviene, se lo pueden imaginar, del éxito obtenido por Los juegos del hambre, la novela que inicia la trilogía precisamente distópica de Suzanne Collins. Sucede que, para abrirse camino, la industria elige siempre los senderos del dinero. El petardazo de esa serie provocó un estallido de novelas distópicas en el sector de lo que los norteamericanos llaman young-adult, literatura para jovenes en proceso de maduración mental. El término distopía empezó a ser identificado, por una suma de ignorancia, falta de respeto y sentido del negocio, con el futuro, fuera éste del signo que fuera. Vendía, daba dinero, y sonaba bien como sustituto del punto temporal en el que sucede la mayor parte de la ciencia ficción. Suena mejor que futurismo y demás sinónimos, pero lo cierto es que es una simplificación vergonzosa de lo que verdaderamente significa esa palabra.
En realidad, el término "distopía" fue acuñado por John Stuart Mill en la segunda mitad del siglo XIX, y es normal que naciera de la mente de quien fue parlamentario, economista y filósofo, pues en esencia reúne política, economía y pensamiento.
"It is, perhaps, too complimentary to call them Utopians, they ought rather to be called dys-topians, or caco-topians. What is commonly called Utopian is something too good to be practicable; but what they appear to favour is too bad to be practicable."Esas son las palabras de Mill que encontrarán en el Oxford English Dictionary si buscan el significado del término Dystopia. Recurramos a la etimología de la palabra para recalcar aún más su sentido no sólo negativo, sino antitético. Distopía viene a significar "mal lugar" (dis-topos), y nace, como pueden comprobar en el extracto anterior, por oposición a utopía, o sea, "no lugar" (ou-topos). Igual les cansa por sabido, pero quien concibe la utopía tal como hoy la entendemos es Tomás Moro en su libro Del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía. El estado soñado como ideal político de perfección. No existe la propiedad privada, todos son iguales, hay libertad religiosa, derecho al voto... Ignoro a quiénes se refiere Mill en la definición antes citada, pero es evidente que los acusa de practicar lo contrario a la utopía, y buscando una denominación para ese nuevo concepto opuesto, inventa la distopía. Osea, una política presumiblemente buena, pero en realidad perniciosa: el reverso de la utopía,
Como ocurre tantas veces, con el paso del tiempo el término va adquiriendo complejidad, pero sin perder nunca su esencia. La ciencia ficción se apropia del concepto y, mediante las historias recogidas en sus obras, le da su sentido final. Las principales distopías del siglo XX no dejan lugar a dudas sobre qué es una distopía. Nosotros, Un mundo feliz, 1984 y Farenheit 451, por citar las cuatro principales, se sustentan en los mismos pilares. Describen sociedades fácilmente identificables como antiutopías o falsas utopías. El Estado somete a sus ciudadanos, se presenta como ideal pero coarta la libertad del individuo. Cada una de esas novelas presenta sus particularidades, pero las cuatro son idénticas en ese aspecto.
La última de estas cuatro novelas se publicó hace ya más de 50 años, y desde entonces el género ha dado un gran número de distopías, y en todas ellas han estado presentes Estados opresores disfrazados de bienhechores, naciones instituidas como falsas utopías. Lean las definiciones de distopía que localicen en los numerosos tratados del género y en todos encontrarán lo mismo. En la "Ultimate Enciclopedia of Science Fiction" de David Pringle, que es la que más a mano tengo, se habla de distopía en estos términos: "a politically nasty place to live (opposite of Utopia, a good place)". La crítica política y social están siempre presentes en una distopía, siempre dimanadas de una lectura inversa de su apariencia. Por mucho que lo utilicen críticos ignorantes desde fuera del género o autores decididos a conseguir una mayor comercialización de su producto, un futuro cercano, un futuro apocalíptico, un futuro, en definitiva, sin esos elementos de falsa similaridad con la utopía, no son distopías. Lo serán algún día si, presos de la indulgencia, nos rendimos y damos pábulo a semejante error. Y luego también al siguiente, hasta que todo se borre y nada quede, y aceptemos comenzar desde cero.
Y entonces, cien años de historia se habrán ido, gracias a nosotros, por el retrete.
Recibo el capón gustoso porque en la reseña que escribí sobre Cenital la situé a mitad de camino entre la novela postapocalíptica y la distopía más salvaje porque hay momentos en los que se habla de nuestro presente y este es claramente distópico. Pero la novela queda lejos de la acepción del término, 99% Mad Max.
ResponderEliminarLa cosa es que no estoy cerrado a evoluciones naturales como las que han hecho crecer al término. Pero naturales, esto es pura artificialidad mercantil. Como sigamos a este paso, el género pasará a llamarse distopía, cualquier conversación sobre le futuro, sea este del sgino que sea, será distópica, al igual que ya todo es posmoderno.
ResponderEliminarQué susto, en mi reseña de Lecturalia la califico de "ciencia ficción poscatastrófica de futuro inmediato" y lo más cerca que estoy de calificarla de distopía es cuando digo que Cenital "evidentemente, no resulta ser ninguna utopía".
ResponderEliminarEntiendo que no hay distopía sin estructura estatal omnímoda. En Cenital ocurre justo lo contrario: no hay estado alguno que ejerza una función represora y la enmascare como una utopía, ergo no es una distopía.
Claaaro. Es que es eso. La distopía nace como antítesis de la utopía, y crece bajo esa premisa. Si no hay utopía aparente, si no hay un enmascaramiento gubernamental que la venda como tal, no hay en correspondencia distopía.
ResponderEliminarInteresante exposición y un argumento muy lúcido.
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