miércoles, 20 de noviembre de 2024

Ecos del pasado

 


Leído en:  

LOS PREMIOS HUGO 1955-1961
Isaac Asimov
Martínez Roca
En la solapa de la contracubierta 
1986

domingo, 17 de noviembre de 2024

Breves: Eschbach, VanderMeer, Llamazares, Rosero

Los tejedores de cabellos, de Andreas Esbach

Una de esas novelas que les pirran a la mayoría de lectores y que a mí se me ha atragantado por diferentes motivos. No, desde luego, por su escritura ni por pesadez (está excelentemente escrita y es ágil), sino estrictamente por su deficiente acabado. Tiene apariencia de fix-up, estrategia a la que soy muy afín, pero está un poco desordenada. Los primeros cuentos coinciden en mostrar ciertos aspectos de un mismo lugar, luego tenemos otros sueltos que aportan trasfondo y que incluso son buenos relatos por sí mismos, y luego hay un desenlace precipitado, que resuelve el misterio sembrado en todo el libro mediante un par de artificios absolutamente chuscos.  
La historia huele toda a Gorodischer, y tiene momentos muy buenos, pero la estructura deficiente y ese final puro chiste, que te sume en la más absoluta perplejidad, le restan, me parece a mí, demasiados puntos. Como colección de cuentos está bien, como libro con ambición de novela, debido al ridículo giro final, no puedo tomarme la historia en serio. En mi opinión, es este uno de esos casos en los que las subtramas son mayores que la trama central. 
  

Aniquilación, de Jeff VanderMeer 

Gran novela que subió puestos en mi pila debido a la espléndida película de Alex Garland. Primera de una trilogía, su cierre me dejó con el interrogante de qué aportarán los dos libros restantes, o más directamente, de si son necesarios. La sinopsis y algunos comentarios que he leído me inducen a pensar que no. Tal como queda la novela, una vez intuido el centro del asunto, no veo necesario leer las continuaciones.
Se trata de una obra que pide la participación del lector, 
de esas que te obligan a poner algo de tu parte para dar significado a todo aquello que la trama sugiere pero esconde. Cuenta con un fuerte componente visual e imaginativo. La paleta de colores de VanderMeer es extensa y la aplica con enorme gusto tanto en la imaginería como en el desarrollo argumental. Hay descripciones de lo extraño muy potentes. La mejor, precisamente, es aquella con la que no cuenta la versión cinematográfica, el descenso a un subterráneo cubierto por una maturaleza anómala. En definitiva, buena prosa, buena historia y una excelente composición. 


Vagalume, de Julio Llamazares

Las novelas de Llamazares suelen tener un fuerte componente autobiográfico. En esta ocasión, no retrata los paisajes de su infancia, ni sus experiencias en el medio rural, ni sus años en Madrid, sino que desgrana sus pensamientos acerca de la escritura. Y lo hace a lomos de una trama de intriga realmente amena, el misterio de un escritor que muere dejando escondidas varias obras acabadas que no quiso publicar y de las que nunca habló a nadie. Es, por la historia, la novela de Llamazares más accesible para el gran público (casi austeriana), pero a la vez en la que mejor se vislumbra la parte íntima de su faceta de escritor.
La novela es un pequeño homenaje a los escritores de la novela popular o "de a duro" y a aquellos que escriben en la sombra, ajenos a la fama, y también una puerta de acceso a la forma de entender la escritura del autor de La lluvia amarilla. Me he hartado a anotar frases que, junto con la historia, han enriquecido mi manera de ver la figura del escritor. En Vagalume se desarrolla la resolución de un misterio literario, pero es, más que nada, un elogio a la labor de la escritura y a quienes dedican su vida a este noble arte. "Escritor es aquél que seguiría escribiendo aunque no publicara." 


En el lejero, de Evelio Rosero

Novela alegórica que se presenta en clave de realismo mágico y que alude en el fondo de su trama a un problema, el del secuestro, que va más allá de la historia colombiana y que afecta a toda latinoamérica. No me quedo, sin embargo, con el contenido, sino con la metáfora y su interpretación, con la descripción de ese purgatorio o infierno que es el fantasmal pueblo al lado de un volcán en el que transcurren las pocas páginas de esta novela corta.
Aunque la alusión a Rulfo es inevitable, a mí me ha recordado en la finalización a Bernanos y en su inicio al Insmouth lovecraftiano, tanto por lo extraño de los habitantes como por la insistencia por lo macabro en su lenguaje. Tanta que hay momentos en los que he creído que un poco de contención habría favorecido al texto. Al margen de esos pocos momentos de desmesura, el desasosiego que Rosero logra provocar en el lector es notable, por la descripción del lugar y de sus gentes, y por la acción, desarrollada mediante el uso de varias personas narrativas. En definitiva, una brillante metáfora que me atrae más por la estética y el juego interpretativo que por la realidad que denuncia.


lunes, 11 de noviembre de 2024

Vamos a morir todos



Se me ocurren tantas cosas que decir que no sabría ni por dónde empezar. El mercado editorial está en las últimas. 




martes, 17 de septiembre de 2024

La belleza de lo extinto


El subgénero postapocalíptico sigue dando maravillas sin descanso, tanto en el medio escrito como en el audiovisual. El grupo Arde Bogotá acaba de sacar La torre Picasso, un sencillo que sirve de epílogo a la etapa de Cowboys de la A-3. El revuelo que está armando procede principalmente de la canción, casi un tributo a una manera de hacer rock ya olvidada, significada por piezas de una longitud mayor y una notable diversidad de tramas, una forma de componer abandonada hace años a pesar de haber dado muchas de las obras maestras del rock del siglo pasado. El videoclip está en boca de todos, pero pocos, casi ninguno de los artículos y tuits que he podido leer, se centran en el aspecto visual, que a mí, particularmente, me parece que tiene una altura semejante, o incluso superior, a la que alcanza la magnífica música.
El arte de Aitor Guerrero y la productora Hautsa Gara emociona e invita a ver el vídeo una y otra vez, buscando detalle tras detalle. En él se ocultan claves secretas del pasado reciente de la banda, pero son las calles imaginadas de un Madrid abandonado e invadido por la naturaleza las que seducen por su belleza y la técnica con la que están creadas. Particularmente, me traen a la memoria los edificios y perfiles que disfruté tanto en el libro El arte de Tokyo Genso, lo cual no es extraño, pues ambas obras remiten a esos fondos digitales inmersivos en los que transcurren los videojuegos postapocalípticos, aunque en este caso, la clave sea mucho más cercana. No sé qué tiene este subgénero con el que conecto a niveles profundos, pero me sigue sorprendiendo y maravillando una y otra vez. Es una de las pocas cosas de las que a estas alturas aún no me he cansado. Disfrútenlo, merece mucho la pena. 

miércoles, 21 de agosto de 2024

Sobre fiestas del libro y valores añadidos



Debido a la escritura de un artículo, llevo un verano en el que apenas he dejado de teclear. Realicé la última entrega hace un par de días, y el caso es que, tras un par de meses convirtiéndolo en una rutina, al finalizar el trabajo me he quedado algo desinflado, con síndrome de ausencia. Si hay un mes malo para la laxitud es este. En mitad de agosto, atrapado por la canícula, entre sueño y sueño y sin mucha cosa que hacer, uno se pone a recordar y a dejar que la mente vague, o más bien divague, perdida en asuntos que el olvido dejó a medias meses atrás. El duermevela te lleva a otros días, a estaciones más frescas y momentos más satisfactorios, hasta que vuelves en sí de repente, sorprendido del ensimismamiento en el que estabas, alerta como quien despierta con la sensación de haberse caído de la cama y con una imagen clara en la cabeza. En este caso, de algo que pretendía escribir sobre actividades aparejadas al consumo de libros y el buen uso del tiempo y que olvidé. Aún con el mono del que les hablaba, he pensado: ¿por qué no escribirlo ahora? Madrid está vacío y la ausencia de los ruidosos vecinos me concede un momentáneo período de tranquilidad. Además, debido a las fechas en las que se enmarca el asunto, su publicación no viene a cuento, lo cual introduce un inesperado arrebato de rebeldía en el blog. Escribamos, pues.

La primavera y los libros siempre se han llevado bien. En una sucesión maravillosa, al poco de acabar la semana que prolonga y culmina el Día del Libro comienza la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, que a su vez concluye unos pocos días antes de que empiece la Feria del Libro oficial, la importante, la de las novedades gruesas, y también la del calor o el chaparrón, las multitudes, las firmas y el postureo. Aunque sean primas cercanas, les confieso que tengo la convicción, ya desde hace años, de que es un poco más fiesta del libro la segunda, la que se celebra en medio, aunque los focos de la cultura y las televisiones prefieran las otras dos. No quisiera dar una impresión errónea, no tengo ninguna cruzada contra las editoriales actuales ni contra las novedades, y ya no tengo una visión tan negativa como la que expresé aquí hace casi 20 años, pero en lo que concierne al concepto de autenticidad me parece más genuina la celebración del libro antiguo, usado, ya leído, que la del último producto que se luce en los telediarios y en las resplandecientes y bien situadas mesas de venta de las grandes cadenas. Es una querencia personal. Prefiero la celebración del reciclaje y el rescate, la de hacer justicia y reflotar lo caído en el olvido que la del producto de moda y la figuración. ¿Usted no? Perfecto, puedo estar equivocado.
Para mí no se trata del dinero, por muy relevante que sea la diferencia, sino del tipo de lector. Sinceramente, creo que el Día y la Feria del Libro son eventos que se esfuerzan por seducir, excepciones aparte, a aquel que lee de forma esporádica, quizás cuatro o cinco libros al año, o que busca el regalo que marca la tradición o la moda. O que disfruta el superventas de temporada. Por supuesto que el lector adicto va a acudir como una polilla a una lámpara, y a él van dirigidos los esfuerzos de las pequeñas editoriales, pero sospecho que en gran parte esto se monta para captar al visitante extraliterario, a los clientes nuevos o indecisos, a los imprescindibles para lograr grandes cifras de venta. En la doble condición de cultura e industria, es mi impresión, estas dos ferias se apoyan más en lo segundo, en la condición del libro como negocio. Y es por eso que la otra feria, la del libro viejo y barato, me parece más genuina, porque en ella no se ve de forma tan clara la maquinaria comercial, y porque a ella no acuden visitantes de domingo, sino el lector reiterativo, el obsesivo, el que no puede dejarlo, el que rebusca, el que persigue la pieza esquiva y compra títulos raros y poco atractivos, lo cual para mí, he aquí el prejuicio, se corresponde más con la auténtica definición del término "lector". ¿Esnobismo de lector viejuno? Sí, también, claro.
Aunque uno sea del tipo que lee poco, puede acercarse y disfrutar de los tres eventos, nada lo prohibe; si eres de los ávidos, lo harás de todos modos. Yo tuve la oportunidad de comprobar las diferencias hace pocos meses. Del Día del Libro no puedo escapar nunca, porque cumplo años y es, para mí, sinónimo de regalos, aunque me los conceda yo mismo. Lo de la Noche de los Libros, aparejada desde hace pocos años a ese día, dejó de ser una celebración para mí hace tiempo, pues llevo lustros siendo, casi exclusivamente, un ser diurno. Excepto el 2020 de la pandemia, cuando me desanimó la cola que llegaba hasta la estatua del angel caído, suelo ir cada año a la Feria del Libro. Es casi una tradición. Lo hago por la compañía y por saludar a la gente que conozco implicada en alguna de las editoriales participantes, e incluso a algún autor amigo para sacarle una firma. No soy mucho de eso, aunque este año me traje la de Jesús Carrasco. Llegar a casa, ojear los numerosos catálogos y buscarle un sitio a los nuevos habitantes de mi biblioteca es también bastante satisfactorio. Me divierto, la verdad, y lo paso bien, pero no como visitando la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, que recorrí entre medias y que es, para mí, otra historia.
Aprovechando la 46 (tetragésimo o cuadragésimo sexta, o simplemente cuarentaiseis, que hay que ver cuánto le cuesta a la gente no decir, incorrectamente, cuarentaiseisava) edición decidí dedicar el día entero a pasear por Madrid de un sitio a otro, comenzar hojeando libros en Moyano, beber unas cañas bien tiradas y degustar unas tostas en el Cervantes y acabar ojeando libros en la Feria de Recoletos. En definitiva, andar, comer, beber y recorrer las mesas y los mostradores colocados en fila para hurgar entre los montones de libros sucios y gastados, muchos de ellos tenedores de ese olor peculiar que desprende el papel viejo. Ese acto de búsqueda y curioseo lleva aparejada una prueba de memoria que no siempre es coronada con el éxito. No son pocas las veces que surge la duda. "¿Tengo este libro? ¿Dónde lo compré? No, era otro." A veces, cuando llegas a casa te das cuenta de que ahora tienes dos ejemplares de la misma novela. Y lo mejor es que da lo mismo, ya le darás salida. Más que lo que te llevas, lo que cuenta es el buen rato que has pasado.
Y este es el tema principal del que quería escribir. En ocasiones me preguntan "¿para qué tanto libro si no los vas a leer?" Vale. Primero, soy de la opinión de Umberto Eco, quien murió teniendo más de 50.000 libros en su biblioteca privada, una gran parte de ellos sin leer. Es cierto que uno pasa por épocas de agobio en las que también se hace la pregunta, pero al final la realidad que todo lector conoce se impone. No se le puede dar el mismo tratamiento a un libro que a un vestido. Un libro no es una mercancía, y su consumo no se corresponde siempre con el acto de leer todas sus páginas. Una biblioteca extensa te da la opción de elegir los libros que te apetezca. Los ojeas, los consultas, lees párrafos, recorres sus lomos y cubiertas con los dedos en tardes aburridas.  Incluso el olor o el tacto, su propia presencia, ya es un valor en sí mismo. Porque los libros no son solo su lectura, son también una larga serie de valores añadidos. Y uno de los principales es su búsqueda. Así lo conté en la reseña que escribí para C del libro La séptima víctima, de Robert Sheckley:

Mis libros me proporcionan placer no sólo por su contenido, sino también por lo que ha rodeado la adquisición de cada uno de ellos, en cuyo precio incluyo el disfrute de todo lo aparejado a su encuentro. Cuando los miro en las estanterías tengo también presentes, además de su medida narrativa, todos esos domingos recorriendo el rastro madrileño y los rastrillos de otras geografías: los sábados de la Cuesta de Moyano y las librerías de viejo, el mercadillo de Puertollano, la Feria de ocasión de Logroño, las tiendas del centro de A Coruña o las librerías de Urueña. Allá donde voy siempre hay libros (o cómics), y mi encuentro con ellos es parte del viaje.
 
Para mí, el tiempo que empleo en la compra de libros "viejos" es tan divertido como aquel que disfruto viendo películas o yendo a un concierto o a comer con amigos en un restaurante. Y muchas veces me cuesta menos dinero que el gastado en esas actividades. Cuando me preguntan para qué tanto libro y tebeo lo enfocan mal. Realizo una actividad que me entretiene y divierte por el mismo dinero que otras, y encima me traigo a casa el objeto del gasto. No encuentro diferencias entre pasar una mañana en librerías de viejo o recorriendo puestos de libros y ver en el cine una película con palomitas, cosa que también hago a menudo y que puede conllevar un mayor gasto. Aunque tirara luego los libros, la relación entre disfrute y precio ya habría hecho que mereciera la pena. Lo de pasarlo bien con según qué cosas es una cuestión de gustos personales, ni más ni menos. La clave es el espacio con el que cuentes, y mientras tenga la suerte de tenerlo, voy a seguir explorando librerías con olor a antiguo, ferias en ciudades y pueblos de paso y mis santuarios de siempre. Y disfrutando esas visitas como el crío que aún no se ha querido ir del todo.


viernes, 14 de junio de 2024

Ecos del pasado


 

Leído en:

AYESHA, EL RETORNO DE "ELLA"
H. Rider Haggard
2ª Edición
Laertes
En el prólogo firmado por José L. Moreno-Ruiz
29 Enero 1983

lunes, 10 de junio de 2024

La guerra es la paz



En el editorial que abre el primer número de la nueva revista publicada por la cadena de restaurantes VIPS, regalado en la Feria del Libro de este año, aclaran lo del nombre: "Que se llame Normal no es un anacronismo sino una apuesta. Reivindicamos con ímpetu lo sencillo frente a un tiempo tan complejo". En el siguiente párrafo informan de la principal aspiración del proyecto, la de que llegue a ser "un retrato de nuestro tiempo". A estas alturas, a nadie se le escapará que el incumplimiento de partida del primer objetivo es una evidencia del éxito completo del segundo. 
La revista Normal anuncia desde su portada artículos sobre la "cultura diner", el "true crime" y la "moda collage", expresiones y conceptos tan normales que cualquier habitante de la periferia urbana o del medio rural podría identificar en su vida diaria. Hay que admitir que el mundillo cultural siempre ha tenido ese deje snob, pero en este siglo que sufrimos, infestado como está hasta los tuétanos del lenguaje y los usos de la mercadotecnia, es, más que nunca, pura pose. No sólo en lo relativo a su aspecto, sino incluso, y esto es lo auténticamente grave, en muchos de sus contenidos. 
Sin duda, desde esa portada se retratan estos tiempos de oxímoron, en los que se pueden imponer contradicciones sin rendir cuentas a la lógica, en los que la razón ya no prima en las discusiones ni en los debates. Y lo peor es que este doblepensar orwelliano no se circunscribe a lo cultural, que es importante no sólo por sí mismo, sino también por lo que genera. La política y las ideologías también se defienden desde posturas que no se sostienen. Ser consecuente ya no exige dar explicaciones, basta con exponer la incoherencia correspondiente en el sofisma del otro, en un bucle infinito de ataques y defensas que jamás contienen argumentos. La Ilustración yace bajo las ruinas de la modernidad, la Edad de la Razón llegó a su fin hace años. Como lemmings, nos limitamos a seguir la corriente de los tiempos, la deriva.

miércoles, 17 de abril de 2024

Breves: North, Le Guin, Harrison

Las primeras quince vidas de Harry August, de Claire North

Englobada en ese pequeño grupo de novelas que juegan a trastocar el curso temporal ordinario en la vida de sus personajes, lo que debido a la abundancia comienza a ser casi un subgénero dentro de un subgénero, la de Claire North no destaca en demasía. Desde luego, no ayuda que el nivel de las obras con las que comparte nicho sea tan alto (de Las confesiones de Max Tivoli a La mujer del viajero en el tiempo, partiendo del propio Benjamin Button de Fitzgerald), aunque siendo justos, lo cierto es que su debilidad solo es achacable a sus propios defectos. 
El comienzo viene marcado por una presentación de personajes nada clara. El capítulo dos ha de ser leído varias veces para entender el cuadro familiar completo. De ahí en adelante, la novela engancha, principalmente por su maravillosa idea central, una suerte de día de la marmota extendido a vidas enteras que se repiten una y otra vez, conservando sus protagonistas, al igual que en la película Atrapado en el tiempo, la memoria. Hay un buen desarrollo hasta los dos tercios de novela. Sin embargo, a partir de la búsqueda del desaparecido Club Cronos se da una sensación de tedio y alargamiento innecesario. El final, que prometía implicaciones más grandes, acaba siendo un ajuste de cuentas personal, algo mucho más pequeño. La sensación definitiva que deja el libro es la de una buena idea no muy bien aprovechada. Pienso que una trama de más de quinientas páginas no debería estar al servicio de un macguffin



El nombre del mundo es bosque, de Ursula K. Le Guin

Las relecturas suelen decepcionar casi siempre, pero este no es el caso. La novela de Le Guin me ha parecido más compleja que hace unos (muchos) años. Quizás el tema ecológico, hacia el que la realidad ha dirigido su atención con insistencia desde entonces, parezca en la novela menos llamativo que en el siglo pasado, pero el poso ideológico que la autora le imprime siempre a sus obras sigue vigente. Más para este lector, pues donde entonces me pareció que la obra tomaba partido por la especie indígena, en una suerte de Primera Directiva startrekiana algo naíf, ahora encuentro tonos grises, claroscuros en las actitudes de ambas especies.
Si es sorprendente la sumisión inicial de los indígenas, su sometimiento a la esclavitud, también lo es la permisividad con la que los humanos aceptan una masacre que, comparativamente, parece más grave que su también reprobable percutor. Al final de todo queda el mensaje de que el mal y el bien se encuentran en los individuos. Más que a la falta de entendimiento, la crítica se dirige hacia la vituperable actitud de generalizar. La importancia que tienen la biología y la cultura en esta historia es grande, pero son los individuos los que marcan la diferencia. La prosa, aunque no haga falta decirlo, sigue pareciéndome excelente. En definitiva, en falta ya de su presencia, la obra de Le Guin sigue superando cualquier examen. Sencillamente, la mejor.



Preparativos de viaje, de M. John Harrison

Preparativos de viaje es una antología identificablemente harrisoniana. Salvo en el caso del ciberpunk "La Costa del Suicido", no estamos ante relatos fáciles de etiquetar. La vena fantástica puede corresponder en realidad a una alucinación o a un punto de vista de los personajes, así que su catalogación genérica dependerá de la interpretación que en cada cuento haga el receptor. A pesar de lo chocante que pueda resultarle a un español la muy argentina traducción de Marcelo Cohen, la magnífica escritura de Harrison llega al lector con la potencia de siempre. Sus temas recurrentes vuelven a estar representados con insistencia. Harrison alude a un orden oculto de las cosas, a una dimensión ajena entreverada con la nuestra que solo puede ser aprehendida desde un determinado estado vital. Aunque no es de esas realidades ocultas de lo que se nutren sus historias, sino de la simple percepción de las mismas, de cómo se llega a inmiscuir esa visión de lo oculto en la vida de los personajes, atisbos que pueden ser de realidades tanto externas como interiores, de paisajes desolados y de estados del alma o el corazón.
La de Harrison es un tipo de literatura que lanza preguntas sin llegar a dar respuestas, que exige la participación del lector, que busca más en el estilo y la forma que en la ortodoxia del desenlace argumental. Es siempre una escritura de profundidad, que busca provocar sensaciones, estados de ánimo, tanto por lo intrigante de los desarrollos como por las peculiares descripciones. Las localizaciones de estos cuentos persiguen lo marginal, las estaciones de metro abandonadas, los callejones oscuros, las naves industriales vacías, los suburbios de pequeñas ciudades, siempre bajo la lluvia, produciendo el mismo efecto que los fríos y anodinos anocheceres dominicales de invierno. La narrativa de Harrison es un estado mental y estos cuentos lo reflejan.

miércoles, 3 de abril de 2024

Criminal Blurbs





"El trabajo creativo es... un regalo para el mundo y todos quienes vivimos en él. No nos prives de tu contribución. Danos lo que tienes.” 

-Steven Pressfield

martes, 2 de abril de 2024

En los bosques de Siberia




Cuando aludimos a la muerte de la originalidad lo hacemos sin ser conscientes de todo lo que ese hecho abarca, de que los efectos de su ausencia van más allá del propio término y se extienden a conceptos complementarios que derivan de él. El más importante es, sin duda, el que concierne a la consecuente disminución de la belleza, pero hay otro en el que la falta de originalidad repercute por pura lógica: la singularidad. Hoy en día, todo lo que parece fresco y tiene éxito es replicado automáticamente hasta la saciedad, hasta que por puro hastío se logra anular la emoción del descubrimiento implícita en la obra, o por decirlo de otro modo, su unicidad. El capitalismo voraz, la globalización uniformadora, una pérdida generalizada de imaginación..., busquen las causas donde ustedes quieran, pero lo cierto es que vivimos en un mundo en el que se copia hasta la saciedad lo diferente en cuanto ha triunfado. El campo del arte popular ofrece multitud de ejemplos: zombies, relaciones sadomasoquistas, fantasías dragoneras o fines del mundo, catorce mil modas diseñadas al socaire de un éxito pionero cuya idea original termina siendo asfixiada por el elevado número de réplicas. Un ejemplo perfecto de este tipo de devaluaciones se encuentra reflejado en el libro que traigo a esta entrada, enésima invitación al regreso a la naturaleza al que salva una extraña peculiaridad. Lo inusitado en Dans les forêts de Sibérie (2011) no es su propuesta, a estas alturas bastante vista, sino el hecho de que su traición a la autenticidad se vea subsanada en las posteriores adaptaciones a otros medios, pues la película y el cómic superan al libro. 
El argumento de La vida simple, que es como la editorial Alfaguara decidió titular en español esta novela/ensayo/autobiografía del francés Sylvain Tesson, aventurero y escritor de éxito de libros de viajes, es bastante sencillo: el autor decide, en pleno invierno, irse a vivir seis meses a una cabaña perdida en las orillas del lago Baikal. Lo hace por tomar aire, porque está harto de la ciudad, de la sociedad, de la civilización y de todo, o como él mismo dice, para saber si tiene vida interior. Lo hace porque sí, vamos. El disfrute para el lector se encuentra en ser testigo de la inmersión de un individuo moderno en la soledad de la naturaleza extrema. Un invierno a 30 grados bajo cero con pocos medios, tirando de vodka, puros, libros, pesca y provisiones traídas de la civilización, dándose paseos y viajes a pie de varios días para visitar a vecinos lejanos y celebrarlo entre brindis. En teoría, una historia de soledad, introspección y crecimiento. Presumiblemente, de exposición a problemas ajenos al urbanita actual, tal vez de supervivencia. La naturaleza poniendo a prueba al hombre occidental y devolviéndolo a sus orígenes.
Se trata, como ven, de un libro que explota el rollo Thoreau y que a finales del siglo pasado habría sido mucho más disfrutable. Porque, desde hace años, el mercado está trufado ya de cosas de este tipo, anteriores y posteriores a su escritura. Busquen en el catálogo de la editorial errata naturae y encontrarán varios libros escritos bajo premisas similares. En el cine, películas como "Hacia rutas salvajes", "Alma salvaje" y "En un lugar salvaje", con su adjetivo/reclamo londoniano bien a la vista, hablan de eso mismo. Incluso en YouTube podrán disfrutar de decenas de pequeños vídeos con cientos de miles de seguidores y millones de visualizaciones basados de forma recurrente en esta idea. Desde las bellísimas rutas de las dos grandes figuras del trekking en solitario, Kraig Adams y Harmen Hoek, hasta la construcción de cabañas sin medios en medio de la nada; gente que pasa la noche en los montes nevados equipada con un cuchillo y hermosas jovenes improvisando su propio techo con lo que encuentran o bañándose en agujeros practicados en el hielo. Hay incluso personas que se montan una tienda de campaña en mitad de la naturaleza, al lado de un arroyo y de su 4x4, haciendo ostentación de los complementos más caros que se pueden comprar en internet o en franquicias especializadas en esos equipamientos. 
La emoción y la belleza de las antaño escasas obras dedicadas al hombre aislado en la naturaleza han sido minimizadas por la abundancia y la banalización. La sobreexplotación comercial, la conversión en moda del retiro thoreauniano y del survival in the wilderness han acabado por provocarnos un empacho a los que gustamos de estas historias, hasta el punto de afectar al propio disfrute. Herido de muerte el concepto de autenticidad, la aventura ha perdido gran parte de su capacidad seductora. La mayoría de todos esos vídeos que se presentan como soledad en la naturaleza no son mas que puro postureo, un ejercicio de presunción que la tecnología de nuestros días ha potenciado al concedernos a todos una ventana de bolsillo a través de la cual mostrar nuestros logros al mundo, indiscriminadamente altos o mezquinos. Pervirtiendo aquella frase que el filme dirigido por Sean Penn hizo popular podemos decir que "el postureo sólo es real cuando es compartido", y los medios actuales para validar esa máxima, tanto audiovisuales como escritos, son incontables. Al principio y al final de todo está el hecho de que, además, rinden beneficio económico y que el último eslabón de la cadena es el comprador. A pesar de todo lo dicho y de su certeza, a pesar de lo perdido, los frikis de este tipo de historias, sus consumidores, nunca nos cansamos de ellas y engrosamos el target mercantil dándole sentido. Yo, lo confieso, sigo buscándolas. Conozco todos esos vídeos porque paso muchas noches perdido en ellos. Porque en el recuerdo sigue viva aquella fascinación lejana, el impacto producido en la juventud por libros y películas, por soledades que nos parecieron genuinas y que siguen habitando nuestros sueños. Enganchados a la memoria, buscamos encontrar de nuevo aquellas sensaciones. 
En su libro, Tesson traiciona esa expectativa. Si el lector espera encontrar el relato de una soledad voluntaria sufrida y pura saldrá de la lectura bastante decepcionado. Javier Avilés lo explica perfectamente en su blog, El lamento de Portnoy. El aventurero francés se lleva consigo alimentos comprados previamente en la ciudad, aparatos electrónicos que le facilitan la permanencia en soledad e incluso el contacto, y libros en los que preponderan autores y títulos refinados que acentúan el postureo, entre los cuales se encuentra, por supuesto, Walden. El problema aquí es que todo apunta a pose, que si bien el pensamiento del autor expresa una cosa, hay un runrún interno en la cabeza del lector que sugiere la opuesta. Hay contemplación, sí, pero en segundo plano detrás del discurso interior. No hay sufrimiento, no hay aventura y, principalmente, las reflexiones y el mundo de Tesson se imponen a las descripciones del mundo exterior, en el que realmente no hay mucha cosa relevante más allá de los encuentros con otros seres humanos. Incluso en este aspecto se adivina un extraño contraste, porque tras su visión de la civilización hay algo de misantropía, y sin embargo busca la relación con sus vecinos y recibe las visitas de los miembros del equipo que rueda el documental de su pequeña epopeya. Porque, lo han leído bien, el plan no incluye sólo escribir un diario, sino también filmar ese periodo de seis meses en soledad a orillas del lago. 
El polifacetismo de Tesson le ha llevado siempre a reproducir sus agitadas vivencias en distintas disciplinas artísticas. Impenitente viajero, aventurero, explorador y rooftopper (una caída lo tuvo en coma una semana), es también fotógrafo, novelista y ensayista, y ha participado en diversos documentales. Quizás el más bello sea El leopardo de las nieves, una maravilla dirigida por Marie Amiguet con el fotógrafo Vincent Munier que desde aquí recomiendo. Su origen se encuentra en otro de los libros de Tesson, La Panthère des neigescuya sinopsis trae a la memoria la escena más recordada de la película La vida secreta de Walter Mitty. Con el documental 6 mois de cabane au Baïkal, producido el mismo año que el libro, Tesson intenta trasladar al medio audiovisual el concepto que sustentan las páginas de La vida simple, cuya naturaleza desvirtúa ya del todo. Cualquier viso de autenticidad que el libro pretendiera mantener perece con esta nueva ambición, pues es obvio que detrás de las cámaras siempre va a haber alguien. La soledad voluntaria no lo es tanto cuando a ratos se comparte.
Lejos de parar ahí, el aprovechamiento de la obra continuó, extendiéndose a otros medios y produciendo, sorprendentemente, un efecto positivo. El contrasentido por incumplimiento del mensaje que la suma de libro y documental evidencian sería subsanado más tarde en lo que a priori debería haber acentuado, por abuso, el problema. Y es que una obra cuyo mensaje radica en la crítica al consumismo, a la sociedad a la que el capitalismo nos ha conducido, ha acabado siendo explotada comercialmente de todas las formas posibles. Pero el arte siempre viene a salvarnos, y las adaptaciones posteriores de Dans les forêts de Sibérie al cine y al cómic resultan ser mejores que el propio libro, pues recuperan, inesperadamente, aquello en lo que la obra original fracasaba. Porque si el incatalogable libro de Tesson (tanto ensayo como documental como ficción introspectiva) se instituye como la encarnación de todo lo que ha ido quemando este, llamémoslo, subgénero, sus derivados lo son de cómo dotar a la obra de nuevas lecturas e insuflarle un espíritu distinto para alcanzar una naturaleza superior, todo gracias a la fidelidad al concepto original  y al buen trabajo de adaptación al lenguaje de otros medios.
En 2016 el director francés Safy Nebbou realizó la versión cinematográfica, que en español por fin se tituló En los bosques de Siberia. Asesorado por el propio escritor, conscientes ambos de que la narración de la estancia de seis meses en una cabaña entre lecturas, vodka y reflexiones personales con visitas de contemplación no daba para mucha acción en la gran pantalla, decidió incorporar a la película una subtrama de tanto peso como la principal del libro, a fin de cuentas el aislamiento de un burgués en mitad de la naturaleza. En la nueva versión, Teddy, el protagonista, está a punto de morir al poco tiempo de llegar a la cabaña al perderse en una tormenta de nieve. Es salvado por Aleksei, un fugitivo que lleva doce años viviendo en los montes, escondido por un crimen que sí cometió de una justicia que dejó de buscarle hace años. La caza, la comida y el vodka compartidos, las conversaciones, los silencios, los paseos y las confesiones entre ambos hombres devienen en una creciente amistad alimentada por la belleza y la dureza del escenario. Lo que ocurre importa, destila autenticidad y culmina en uno de esos finales que te meten el frío de la historia y el paisaje dentro. Cuando Aleksei sentencia finalmente "esto no es lugar para un hombre", no se sabe a ciencia cierta si se está refiriendo a los helados montes de Siberia o a la materialización de la soledad. Teddy vuelve a la vida en sociedad transformado y con las respuestas que no tenía.
Tres años después de la adaptación cinematográfica, la histórica editorial Casterman publicó la novela gráfica En los bosques de Siberia, del francés Virgile Dureuil. El camino elegido para anular el efecto rutinario del libro es el opuesto al que propusó la película; medios diferentes, soluciones distintas. Dureuil decide quitar en vez de añadir. Con sus bellas imágenes y su narrativa sincrética, el cómic logra anular el efecto rutinario de la novela y remarcar el dominio del paisaje equilibrando su impacto en el ser humano. En el libro de Tesson, recordemos, el diálogo del narrador consigo mismo se impone a lo que ocurre fuera de él, que, salvando las peculiaridades del entorno, es casi convencional. Debido al continuo acorde reflexivo, la lectura adquiere una monotonía casi cotidiana que, con el paso de las páginas, acaba acumulando peso en los hombros del lector. Para aliviar esa carga, Dureuil hace suyo el principio de que menos es más. En el cómic, las frases son cortas, el monólogo interior tiene menor presencia que el paisaje, la meteorología o las propias acciones del protagonista. Aunque no haya un conflicto central que conduzca el relato no es necesario inventar nuevas tramas, el propio lenguaje del medio logra que la austeridad del texto no pese. El aspecto gráfico y la buena elección de las frases llevan en volandas la lectura. Inconfundiblemente BD, no se trata de un dibujo preciosista, pero sí bello, que brilla en la alternancia y elección de los planos. La nieve, el hielo, el bosque, el monte lejano, la lluvia primaveral, los pájaros, el interior de la cabaña, los encuentros entre personajes, todo es atractivo y está narrado con un excelente gusto.
Al economizar el texto, los hallazgos de Tesson, que en La vida simple acaban devaluándose por sobreabundancia, brillan aquí más, fundiéndose con el arte que los acompaña. Máximas y sentencias que pasan de largo en el océano de aforismos que es el libro, adquieren en su dimensión gráfica un significado pleno. Las frases se agarran al dibujo como si fueran parte de él.

El bosque no juzga, pero impone sus normas.

Si la naturaleza piensa, los paisajes son la expresión de sus ideas.

He sufrido en la nieve y olvidado el esfuerzo en la cima.

Quiero echar raíces, ser tierra despues de haber sido viento.

No hay nada como la soledad. Para ser feliz del todo, sólo me falta alguien a quien explicárselo.

Esta última sentencia irónica expresa, de manera ingeniosa, la misma conclusión propuesta en la adaptación cinematográfica, latente en el libro. En su significado profundo, la obra de Sylvain Tesson es una apuesta por la necesidad del otro. En el superficial, pues el autor no deja de sugerirlo, es una denuncia contra el tipo de civilización que estamos construyendo, a lomos de una tecnología descontrolada y un sistema capitalista que coloca el concepto de humanidad por debajo del de beneficio, el respeto a la naturaleza siempre por debajo de la comodidad. Creo que desde esa perspectiva, esta obra de Sylvain Tesson es un pequeño fracaso. Un libro que busca la experiencia genuina adulterándola, que denuncia en gran parte el consumismo y lo mercantil y acaba generando un documental, una película y un cómic, cuatro productos puestos a la venta en busca de beneficios. Porque el arte es cultura, pero también industria. La mayor cota de interés de esta propuesta se encuentra en una cuestión artística ajena a la idea central, en el hecho de que las adaptaciones triunfen donde el libro no lo logra del todo. Y que lo hagan, precisamente, utilizando la estrategia de recortar al autor, de reducir su presencia en la obra para lograr algo que ésta no logra en origen: autenticidad.
Sylvain Tesson es una especie de fenómeno cultural en Francia y un ejemplo de productividad. Cuando publico este texto se estrena en los cines españoles Mi camino interior, una nueva adaptación de una de sus obras que cuenta con el usual carácter autobiográfico. En ella se narra cómo el escritor aventurero tiene un accidente que lo deja en coma y le empuja, en busca de la recuperación, a recorrer caminos solitarios y senderos olvidados. El producto vuelve a ser él, una vez más, la estrella en el centro de la historia. Si no se conoce el historial de Tesson, sus relatos son indudablemente atractivos, pero si ya han leído sus entrevistas o visto algunas de las obras creadas en torno a su persona, es difícil no verse atacado por un cierto cansancio y una continua sensación de impostura. Como primer acercamiento, y si les interesa más el arte que los hechos reales en los que se basa, yo les recomiendo que acudan a las adaptaciones del libro que centra este artículo. No van a contribuir mucho a la máquina consumista, ya que pueden encontrar el título original en una biblioteca, ver la película de Safy Nebbou subtitulada gratis en youtube y comprar el cómic actualmente en oferta, a un precio ridículo para la calidad que atesora, en cualquiera de las grandes tiendas de internet.