Cuando aludimos a la muerte de la originalidad lo hacemos sin ser conscientes de todo lo que ese hecho abarca, de que los efectos de su ausencia van más allá del propio término y se extienden a conceptos complementarios que derivan de él. El más importante es, sin duda, el que concierne a la consecuente disminución de la belleza, pero hay otro en el que la falta de originalidad repercute por pura lógica: la singularidad. Hoy en día, todo lo que parece fresco y tiene éxito es replicado automáticamente hasta la saciedad, hasta que por puro hastío se logra anular la emoción del descubrimiento implícita en la obra, o por decirlo de otro modo, su unicidad. El capitalismo voraz, la globalización uniformadora, una pérdida generalizada de imaginación..., busquen las causas donde ustedes quieran, pero lo cierto es que vivimos en un mundo en el que se copia hasta la saciedad lo diferente en cuanto ha triunfado. El campo del arte popular ofrece multitud de ejemplos: zombies, relaciones sadomasoquistas, fantasías dragoneras o fines del mundo, catorce mil modas diseñadas al socaire de un éxito pionero cuya idea original termina siendo asfixiada por el elevado número de réplicas.
Un ejemplo perfecto de este tipo de devaluaciones se encuentra reflejado en el libro que traigo a esta entrada, enésima invitación al regreso a la naturaleza al que salva una extraña peculiaridad. Lo inusitado en
Dans les forêts de Sibérie (2011) no es su propuesta, a estas alturas bastante vista, sino el hecho de que su traición a la autenticidad se vea subsanada en las posteriores adaptaciones a otros medios, pues la película y el cómic superan al libro.
El argumento de La vida simple, que es como la editorial Alfaguara decidió titular en español esta novela/ensayo/autobiografía del francés Sylvain Tesson, aventurero y escritor de éxito de libros de viajes, es bastante sencillo: el autor decide, en pleno invierno, irse a vivir seis meses a una cabaña perdida en las orillas del lago Baikal. Lo hace por tomar aire, porque está harto de la ciudad, de la sociedad, de la civilización y de todo, o como él mismo dice, para saber si tiene vida interior. Lo hace porque sí, vamos. El disfrute para el lector se encuentra en ser testigo de la inmersión de un individuo moderno en la soledad de la naturaleza extrema. Un invierno a 30 grados bajo cero con pocos medios, tirando de vodka, puros, libros, pesca y provisiones traídas de la civilización, dándose paseos y viajes a pie de varios días para visitar a vecinos lejanos y celebrarlo entre brindis. En teoría, una historia de soledad, introspección y crecimiento. Presumiblemente, de exposición a problemas ajenos al urbanita actual, tal vez de supervivencia. La naturaleza poniendo a prueba al hombre occidental y devolviéndolo a sus orígenes.
Se trata, como ven, de un libro que explota el rollo Thoreau y que a finales del siglo pasado habría sido mucho más disfrutable. Porque, desde hace años, el mercado está trufado ya de cosas de este tipo, anteriores y posteriores a su escritura. Busquen en el catálogo de la editorial
errata naturae y encontrarán varios libros escritos bajo premisas similares. En el cine, películas como "Hacia rutas salvajes", "Alma salvaje" y "En un lugar salvaje", con su adjetivo/reclamo londoniano bien a la vista, hablan de eso mismo. Incluso en YouTube podrán disfrutar de decenas de pequeños vídeos con cientos de miles de seguidores y millones de visualizaciones basados de forma recurrente en esta idea. Desde las bellísimas rutas de las dos grandes figuras del trekking en solitario,
Kraig Adams y
Harmen Hoek, hasta la
construcción de cabañas sin medios en medio de la nada; gente que
pasa la noche en los montes nevados equipada con un cuchillo y hermosas jovenes
improvisando su propio techo con lo que encuentran o
bañándose en agujeros practicados en el hielo. Hay incluso personas que se
montan una tienda de campaña en mitad de la naturaleza, al lado de un arroyo y de su 4x4, haciendo ostentación de los complementos más caros que se pueden comprar en internet o en franquicias especializadas en esos equipamientos.
La emoción y la belleza de las antaño escasas obras dedicadas al hombre aislado en la naturaleza han sido minimizadas por la abundancia y la banalización. La sobreexplotación comercial, la conversión en moda del retiro
thoreauniano y del
survival in the wilderness han acabado por provocarnos un empacho a los que gustamos de estas historias, hasta el punto de afectar al propio disfrute. Herido de muerte el concepto de autenticidad, la aventura ha perdido gran parte de su capacidad seductora. La mayoría de todos esos vídeos que se presentan como soledad en la naturaleza no son mas que puro postureo, un ejercicio de presunción que la tecnología de nuestros días ha potenciado al concedernos a todos una ventana de bolsillo a través de la cual mostrar nuestros logros al mundo, indiscriminadamente altos o mezquinos. Pervirtiendo aquella frase que el filme dirigido por Sean Penn hizo popular podemos decir que "el postureo sólo es real cuando es compartido", y los medios actuales para validar esa máxima, tanto audiovisuales como escritos, son incontables. Al principio y al final de todo está el hecho de que, además, rinden beneficio económico y que el último eslabón de la cadena es el comprador. A pesar de todo lo dicho y de su certeza, a pesar de lo perdido, los frikis de este tipo de historias, sus consumidores, nunca nos cansamos de ellas y engrosamos el
target mercantil dándole sentido. Yo, lo confieso, sigo buscándolas.
Conozco todos esos vídeos porque paso muchas noches perdido en ellos. Porque en el recuerdo sigue viva aquella fascinación lejana, el impacto producido en la juventud por libros y películas, por soledades que nos parecieron genuinas y que siguen habitando nuestros sueños. Enganchados a la memoria, buscamos encontrar de nuevo aquellas sensaciones.
En su libro, Tesson traiciona esa expectativa. Si el lector espera encontrar el relato de una soledad voluntaria sufrida y pura saldrá de la lectura bastante decepcionado. Javier Avilés
lo explica perfectamente en su blog,
El lamento de Portnoy. El aventurero francés se lleva consigo alimentos comprados previamente en la ciudad, aparatos electrónicos que le facilitan la permanencia en soledad e incluso el contacto, y libros en los que preponderan autores y títulos refinados que acentúan el postureo, entre los cuales se encuentra, por supuesto,
Walden. El problema aquí es que todo apunta a pose, que si bien el pensamiento del autor expresa una cosa, hay un runrún interno en la cabeza del lector que sugiere la opuesta. Hay contemplación, sí, pero en segundo plano detrás del discurso interior. No hay sufrimiento, no hay aventura y, principalmente, las reflexiones y el mundo de Tesson se imponen a las descripciones del mundo exterior, en el que realmente no hay mucha cosa relevante más allá de los encuentros con otros seres humanos. Incluso en este aspecto se adivina un extraño contraste, porque tras su visión de la civilización hay algo de misantropía, y sin embargo busca la relación con sus vecinos y recibe las visitas de los miembros del equipo que rueda el documental de su pequeña epopeya. Porque, lo han leído bien, el plan no incluye sólo escribir un diario, sino también filmar ese periodo de seis meses en soledad a orillas del lago.
El polifacetismo de Tesson le ha llevado siempre a reproducir sus agitadas vivencias en distintas disciplinas artísticas. Impenitente viajero, aventurero, explorador y
rooftopper (una caída lo tuvo en coma una semana), es también fotógrafo, novelista y ensayista, y ha participado en diversos documentales. Quizás el más bello sea
El leopardo de las nieves, una maravilla dirigida por Marie Amiguet con el fotógrafo Vincent Munier que desde aquí recomiendo. Su origen se encuentra en otro de los libros de Tesson,
La Panthère des neiges, cuya sinopsis trae a la memoria
la escena más recordada de la película
La vida secreta de Walter Mitty. Con el documental
6 mois de cabane au Baïkal, producido el mismo año que el libro, Tesson intenta trasladar al medio audiovisual el concepto que sustentan las páginas de La vida simple, cuya naturaleza desvirtúa ya del todo. Cualquier viso de autenticidad que el libro pretendiera mantener perece con esta nueva ambición, pues es obvio que detrás de las cámaras siempre va a haber alguien. La soledad voluntaria no lo es tanto cuando a ratos se comparte.Lejos de parar ahí, el aprovechamiento de la obra continuó, extendiéndose a otros medios y produciendo, sorprendentemente, un efecto positivo. El contrasentido por incumplimiento del mensaje que la suma de libro y documental evidencian sería subsanado más tarde en lo que a priori debería haber acentuado, por abuso, el problema. Y es que una obra cuyo mensaje radica en la crítica al consumismo, a la sociedad a la que el capitalismo nos ha conducido, ha acabado siendo explotada comercialmente de todas las formas posibles. Pero el arte siempre viene a salvarnos, y las adaptaciones posteriores de Dans les forêts de Sibérie al cine y al cómic resultan ser mejores que el propio libro, pues recuperan, inesperadamente, aquello en lo que la obra original fracasaba. Porque si el incatalogable libro de Tesson (tanto ensayo como documental como ficción introspectiva) se instituye como la encarnación de todo lo que ha ido quemando este, llamémoslo, subgénero, sus derivados lo son de cómo dotar a la obra de nuevas lecturas e insuflarle un espíritu distinto para alcanzar una naturaleza superior, todo gracias a la fidelidad al concepto original y al buen trabajo de adaptación al lenguaje de otros medios.
En 2016 el director francés Safy Nebbou realizó la versión cinematográfica, que en español por fin se tituló
En los bosques de Siberia. Asesorado por el propio escritor, conscientes ambos de que la narración de la estancia de seis meses en una cabaña entre lecturas, vodka y reflexiones personales con visitas de contemplación no daba para mucha acción en la gran pantalla, decidió incorporar a la película una subtrama de tanto peso como la principal del libro, a fin de cuentas el aislamiento de un burgués en mitad de la naturaleza. En la nueva versión, Teddy, el protagonista, está a punto de morir al poco tiempo de llegar a la cabaña al perderse en una tormenta de nieve. Es salvado por Aleksei, un fugitivo que lleva doce años viviendo en los montes, escondido por un crimen que sí cometió de una justicia que dejó de buscarle hace años. La caza, la comida y el vodka compartidos, las conversaciones, los silencios, los paseos y las confesiones entre ambos hombres devienen en una creciente amistad
alimentada por la belleza y la dureza del escenario. Lo que ocurre importa, destila autenticidad y culmina en uno de esos finales que te meten el frío de la historia y el paisaje dentro. Cuando Aleksei sentencia finalmente "esto no es lugar para un hombre", no se sabe a ciencia cierta si se está refiriendo a los helados montes de Siberia o a la materialización de la soledad. Teddy vuelve a la vida en sociedad transformado y con las respuestas que no tenía.
Tres años después de la adaptación cinematográfica, la histórica editorial Casterman publicó la novela gráfica En los bosques de Siberia, del francés Virgile Dureuil. El camino elegido para anular el efecto rutinario del libro es el opuesto al que propusó la película; medios diferentes, soluciones distintas. Dureuil decide quitar en vez de añadir. Con sus bellas imágenes y su narrativa sincrética, el cómic logra anular el efecto rutinario de la novela y remarcar el dominio del paisaje equilibrando su impacto en el ser humano. En el libro de Tesson, recordemos, el diálogo del narrador consigo mismo se impone a lo que ocurre fuera de él, que, salvando las peculiaridades del entorno, es casi convencional. Debido al continuo acorde reflexivo, la lectura adquiere una monotonía casi cotidiana que, con el paso de las páginas, acaba acumulando peso en los hombros del lector. Para aliviar esa carga, Dureuil hace suyo el principio de que menos es más. En el cómic, las frases son cortas, el monólogo interior tiene menor presencia que el paisaje, la meteorología o las propias acciones del protagonista. Aunque no haya un conflicto central que conduzca el relato no es necesario inventar nuevas tramas, el propio lenguaje del medio logra que la austeridad del texto no pese. El aspecto gráfico y la buena elección de las frases llevan en volandas la lectura. Inconfundiblemente BD, no se trata de un dibujo preciosista, pero sí bello, que brilla en la alternancia y elección de los planos. La nieve, el hielo, el bosque, el monte lejano, la lluvia primaveral, los pájaros, el interior de la cabaña, los encuentros entre personajes, todo es atractivo y está narrado con un excelente gusto.
Al economizar el texto, los hallazgos de Tesson, que en La vida simple acaban devaluándose por sobreabundancia, brillan aquí más, fundiéndose con el arte que los acompaña. Máximas y sentencias que pasan de largo en el océano de aforismos que es el libro, adquieren en su dimensión gráfica un significado pleno. Las frases se agarran al dibujo como si fueran parte de él.
El bosque no juzga, pero impone sus normas.
Si la naturaleza piensa, los paisajes son la expresión de sus ideas.
He sufrido en la nieve y olvidado el esfuerzo en la cima.
Quiero echar raíces, ser tierra despues de haber sido viento.
No hay nada como la soledad. Para ser feliz del todo, sólo me falta alguien a quien explicárselo.
Esta última sentencia irónica expresa, de manera ingeniosa, la misma conclusión propuesta en la adaptación cinematográfica, latente en el libro. En su significado profundo, la obra de Sylvain Tesson es una apuesta por la necesidad del otro. En el superficial, pues el autor no deja de sugerirlo, es una denuncia contra el tipo de civilización que estamos construyendo, a lomos de una tecnología descontrolada y un sistema capitalista que coloca el concepto de humanidad por debajo del de beneficio, el respeto a la naturaleza siempre por debajo de la comodidad. Creo que desde esa perspectiva, esta obra de Sylvain Tesson es un pequeño fracaso. Un libro que busca la experiencia genuina adulterándola, que denuncia en gran parte el consumismo y lo mercantil y acaba generando un documental, una película y un cómic, cuatro productos puestos a la venta en busca de beneficios. Porque el arte es cultura, pero también industria. La mayor cota de interés de esta propuesta se encuentra en una cuestión artística ajena a la idea central, en el hecho de que las adaptaciones triunfen donde el libro no lo logra del todo. Y que lo hagan, precisamente, utilizando la estrategia de recortar al autor, de reducir su presencia en la obra para lograr algo que ésta no logra en origen: autenticidad.
Sylvain Tesson es una especie de fenómeno cultural en Francia y un ejemplo de productividad. Cuando publico este texto se estrena en los cines españoles
Mi camino interior, una nueva adaptación de una de sus obras que cuenta con el usual carácter autobiográfico. En ella se narra cómo el escritor aventurero tiene un accidente que lo deja en coma y le empuja, en busca de la recuperación, a recorrer caminos solitarios y senderos olvidados. El producto vuelve a ser él, una vez más, la estrella en el centro de la historia. Si no se conoce el historial de Tesson, sus relatos son indudablemente atractivos, pero si ya han leído sus entrevistas o visto algunas de las obras creadas en torno a su persona, es difícil no verse atacado por un cierto cansancio y una continua sensación de impostura. Como primer acercamiento, y si les interesa más el arte que los hechos reales en los que se basa, yo les recomiendo que acudan a las adaptaciones del libro que centra este artículo. No van a contribuir mucho a la máquina consumista, ya que pueden encontrar el título original en una biblioteca, ver la película de Safy Nebbou
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