Qué regalo es la buena literatura para quienes tenemos la suerte de tropezárnosla. He leído esta maravilla que es True Grit en su primera edición en España, la de la colección La Corona de Bruguera en tapa dura, titulada entonces Mattie y conocida posterior y mayoritariamente por una traducción más fiel al original: Valor de ley. El olor del papel viejo me ha traído ecos de aquellas sesiones de sábado por la tarde en TVE. Guardo recuerdo de aquel John Wayne con parche y de aquella película, la original, pero tan lejano que en mi cabeza su irrepetible personaje femenino tenía el rostro de Katharine Hepburn y no el de Kim Darby, un error de bulto.
Ahora que leo la fuente literaria entiendo el porqué de la confusión. La adolescente que protagoniza la historia junto al rudo comisario Rooster y el tejano LaBoeuf encaja perfectamente con el carisma y el carácter de la Hepburn. No me extraña que titularan la primera edición española con su nombre, porque su voz narrativa en primera persona resplandece sobre el resto de la novela, que también es notable. Siendo un libro de personajes, la figura de Mattie Ross es el centro de atención y el filtro por el que pasa toda la narración, incluso tras agigantarse la figura del comisario en el tramo final.
Mattie/Valor de ley es una novela de personajes, pero también un western canónico. El respeto que muestra por su naturaleza genérica es colosal. Pistoleros, cuatreros, un tren asaltado, cuentas pendientes y persecuciones a caballo por un escenario natural que está tan bien descrito como las propias acciones, aun bajo el predominio de los diálogos. Un disfrute continuo al que no le sobra ni le falta nada, tan perfectamente medido como está todo. La estructura y el ritmo son ejemplares y te atan a la narración hasta un final emotivo que agranda la historia hasta convertirla en crónica del fin de una era.
Un libro magnífico.
Historias de fantasmas de un anticuario, de M. R. James
Abordé esta antología con expectativas equivocadas. Mis cuentos de terror favoritos pertenecen al subgénero gótico, plenos de descripciones y de una innegociable cualidad atmosférica. Los espectros creados por M. R. James tienen muy poco o nada que ver con ellos, pero tampoco con la imagen tradicional que uno imagina cuando se menciona a un fantasma victoriano. De hecho, el de Canterville correría aterrorizado ante las pesadillas que aparecen, o más bien se sugieren en estos relatos.
Las extrañas apariciones de M. R. James suelen estar ligadas a un objeto o un documento con el que el siempre flemático y culto protagonista se cruza. Suelen tener aspectos indefinidos, o al menos sugeridos con un par de pinceladas ("una cara como de trapo arrugado"), y se manifiestan de las formas más inesperadas. Los edificios son descritos con detalle, como si fueran el centro de la narración, pero los entornos son presentados con una cierta parquedad. Y es curioso que aun así hayan logrado tener tanta presencia en la imaginación de este lector.
Hay un detalle que se repite en las diferentes tramas y que es una de las causas de que la atmósfera no sea lo mollar en estas narraciones. El protagonista jamás se encuentra solo ante lo sobrenatural. Su relato siempre es creído. La mayoría de las veces incluso son varios los testigos de las apariciones. Y cuando estas acaban con su víctima lo hacen siempre fuera de foco o de forma entrevista. Si sumamos que todas las narraciones están contadas por un tercero, el anticuario del título, y que el humor tiene una notable presencia, se puede entender perfectamente esa falta de atmósfera.
Y sin embargo, cómo enganchan estos cuentos, cómo entran. Una antología que para mí ha comenzado de forma modesta, poniendo a prueba mis expectativas, ha acabado ganándome del todo. Ocho cuentos de entre quince y veinte páginas que he acabado consumiendo como si fueran pipas. Mis preferidos son "El fresno", "La habitación número 13" (una joya en su sencillez) y "Silba y acudiré". Aunque la edición de Valdemar Gótica en la que los he leído incluye las cuatro colecciones de cuentos de M. R. James, he preferido parar aquí, justo en la distancia que cubre la edición de bolsillo mostrada arriba. Creo que leerlos todos de golpe podría empachar, y, por otra parte, prefiero dosificarlos para recompensarme a mí mismo más adelante. Su propia división interna lo facilita.
Proyecto Hail Mary, de Andy Weir
Un libro realmente entretenido, debido en gran parte a su estructura. Con una narración planteada in media res, la estrategia de alternar la acción presente con los hechos del pasado que el amnésico protagonista va recordando hace que el suspense no decaiga y que no haya espacio para el aburrimiento. Y se podría caer en él debido al a veces cargante Ryland Grace, que, como el protagonista del anterior éxito de Wair, El marciano, es una suerte de McGyver de la ciencia que igual te soluciona un roto que un descosido. De hecho, quizá sea ese el punto flaco de esta novela desde una perspectiva global, la similitud de su proactivo protagonista con el de aquel otro libro. Esta podría haber sido perfectamente la continuación, pues Mark Watney es completamente intercambiable con Ryland Grace (veremos cuánto se parecen Matt Damon y Ryan Gosling en la anunciada película). Aun así, esa voz en primera persona, siempre optimista y desenfadada, vuelve a convertir la lectura en una travesía agradable.
La novela es muy imaginativa, tanto en el diseño de la amenaza y la solución como en el desarrollo del primer contacto. La esforzada trama propone un claro mensaje: la salvación llega desde la colaboración, no importa lo diferentes que seamos. Las propuestas menos felices parten siempre de la trama situada en el pasado, de Stratt, el personaje secundario más interesante. Su alegato contra las cuotas de género y su clarividencia para situar la falta de comida en el centro de todo apocalipsis humano son muy interesantes. Aunque en esas páginas que desarrollan los capítulos de la Tierra echo un poco en falta algo de narrativa del desastre.
Proyecto Hail Mary es ciencia ficción espacial pensada para la gran pantalla, muy entretenida y con un cierto olor clásico.
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