miércoles, 9 de agosto de 2017

Miquel Barceló y Pedro J. Romero. El otoño de las estrellas


El año pasado se publicó, al fin, un libro que los aficionados a la ciencia ficción habíamos estado esperando unos tres lustros. Tanto fue el retraso que las bromas desde el fandom fueron surgiendo en cascada, e incluso yo me sumé al corrillo escribiendo un artículo ligero para una actualización del Día de los Inocentes. Lo cierto es que ojalá se hubiera pospuesto aún más su aparición, porque el contenido resultó ser un auténtico desastre. Vergonzosamente incompleta, parcial, tendenciosa y obsoleta desde su misma fecha de publicación, la "Nueva Guía de Lectura de la Ciencia Ficción" parecía más una tomadura de pelo que un ensayo serio (¿quizás la respuesta a nuestros chistes?). Si saben ustedes de cf, que ya sé que sí, prueben a ojearla y en un par de búsquedas se darán cuenta de lo que hablo.
Su única valía se encuentra en el material copiado de la original Guía de 1990, un ensayo fundamental, de referencia para toda una generación. La parte "nueva" funciona como un artefacto publicitario al servicio de la editorial en la que el autor ha trabajado como seleccionador durante todos estos años. De las más de 40 novelas que ocupan el espacio entre la antigua Guía y la actualidad, casi el 90% han sido publicadas por Ediciones B. La única novela española que se cita, que reseño a continuación, fue co-escrita por el propio Barceló. Si unimos a todo ello la ausencia de autores cruciales en las últimas décadas, dentro del propio género (Bacigalupe, Mieville, Chiang, Harrison, Hamilton...) y fuera de él (McCarthy, Roth, Ishiguro, Houellebecq...), y de obras imprescindibles de la actual ciencia ficción (de La carretera a La chica mecánica), y sumamos el ninguneo absoluto a los autores españoles (de los Aguilera, Vaquerizo, Martínez a los Piñol, Monteagudo, Somoza), no queda otra calificación para esta Guía que la de mera propaganda editorial y personal, lo que la convierte en un mero producto de fábrica, absolutamente innecesario.
Sobre las nuevas artimañas publicitarias editoriales, la inclusión de portales y blogueros entre sus recursos y el estado actual de las cosas en el fandom me explayaré en otra ocasión. De momento, pueden saciar su curiosidad echándole un ojo al segundo artículo (magnífico como el primero, arriba enlazado) que Ignacio Illarregui le dedicó al asunto, titulado Sobre la “Nueva” guía de lectura, la negligencia editorial y la crítica ejercida como una labor de promoción. Encontrarán en él claras concomitancias con algo que ha suscitado cierta polémica en el fandom estas últimas semanas y que tiene que ver con otra editorial cercana.
Y dejo paso a la novela, cuya breve reseña tiene su propia historia. La encontré en una carpeta grabada en un disco olvidado, en el fondo de una bovina de 50 unidades. Procedía de otro tiempo, de un viejo ordenador que ya ni recuerdo. Rotulado con el aséptico título de Copia de seguridad Silenus 2, el disco contenía antiguallas, algunas sorprendentes: reseñas, artículos e incluso cuentos que, si el tiempo lo permite, iré recuperando aquí.




Secuestros temporales perpetrados por agujeros negros; la persistencia de la identidad en nuevos soportes físicos; la suma de conciencias universales convertida en dios; metamorfosis corporales a la carta o, lo que es lo mismo, Pohl, Egan, Simmons, Sheffield... Todo eso y más es El otoño de las estrellasPedro J. Romero y Miquel Barceló aportan su grano de arena a la ya vieja -pero aún viva- discusión fondo vs. forma, y lo hacen echando mano de los pesos pesados que mejor han defendido en los últimos años su postura. Para demostrar que el principio activo que mueve a la ciencia ficción son las ideas, se sirven de lo más granado del ideario hard actual, añaden alguna aportación original realmente interesante y nos acercan al final de nuestro universo.
La novela es un refrito de elementos presentados anteriormente por otros autores, lo que invita a preguntarse si no estará ya todo contado en esto de la ciencia ficción, si realmente lo más importante no será a estas alturas cómo se cuenta y no qué. Curiosamente, las bondades de tantas ideas, aunque repetidas, son lo suficientemente estimulantes como para continuar apasionando por su indiscutible poder de atracción, de tal modo que ni el estilo simple, irritante a veces por reiterativo, ni la planicie de los personajes -uno de los protagonistas podría pasar por primo hermano del Frank Poole de 3001, odisea final-, logran amortiguar la fuerza que atesora el conjunto de brillantes ideas, ajenas y propias, que suma la novela.
El otoño de las estrellas resulta ser, como dice el propio Barceló en el prólogo, la adaptación, humilde pero también moderna, del Hacedor de estrellas de Stapledon, esta vez dotado de trama compleja y reconstruido con las más frescas ideas de la última ciencia ficción “dura”; una magnífica oportunidad para conocer de primera mano los defectos y las virtudes de la llamada “literatura de ideas”.


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