Un minuto antes de la oscuridad, de Ismael Martínez Biurrun, es la representante más reciente de ese grupo de novelas catalogadas de forma inapropiada e ignorante como distopías, el calificativo de moda con el que las colecciones procedentes del mercado generalista y los escritores adscritos a ellas intentan eludir, de forma risible, su incontestable pertenencia al género de ciencia ficción. Sí, el término ciencia ficción ahuyenta a los compradores, eso es sabido desde hace años, pero sorprende la falta de rigor con la que las grandes editoriales, haciendo uso de estrategias más propias de un mercachifle, están procurando salvar ese escollo. Sorprende también el silencio del fandom, protagonista en el pasado de reacciones tan furibundas como la mostrada contra el término "prospectiva" (una nueva denominación para ciertas temáticas del género basada en un profuso aparato teórico pero, ay, propuesta desde el mundillo) y que ahora calla e incluso apoya el ninguneo exterior de su propio nomenclátor.
La novela de Biurrun no es una "falsa utopía" (no otra cosa es la distopía), no hay elemento político en ella. Pertenece al subgenero de catástrofes, más propiamente al near future de tintes apocalípticos, aunque, paradójicamente, no facilita información de ningún tipo sobre las causas de la situación límite, del desastre que ha conducido a ese Madrid de pasado mañana hasta el punto de derrumbe en el que se encuentra. Una circunstancia que, por otra parte, no es obligatoria en la cf cuando la trama y el escenario son verosímiles. En esta novela, he aquí uno de sus puntos flojos, no llegan a serlo del todo.
La novela presenta una doble vertiente genérica, se nutre a la par de la ciencia ficción y el terror, aunque con resultado desigual. Hay un problema de fondo con el carácter apocalíptico de esta historia, es difícil no hacerse preguntas constantemente sobre la extraña situación de la ciudad. Como señalé antes, no es necesario conocer el origen del derrumbe de la civilización, pero, en aras de la verosimilitud, sí algunas de las extrañas características que presenta el escenario. Madrid ha reducido el número de sus habitantes en un 90%, pero no hay señal de una amenaza lo suficientemente grave como para dar sentido a ese éxodo. A veces, Ciro, el protagonista, no encuentra a nadie por las calles, pero hay pasajes en un Barrio de la Prosperidad repleto de gente y una M-30 con bastante tráfico; la Universidad, la policía y el servicio de recogida de basuras, aunque bajo mínimos, aún existen, luego la administración aún funciona; algunas de las familias que abandonan sus hogares les prenden fuego, sin que la causa resulte evidente, y sin embargo otras no; el alcalde intenta levantar un muro que cerque la ciudad para protegerla de la amenaza de un grupo de solo 500 personas violentas acampado al este y a nadie parece extrañarle; el muro, en una ciudad depauperada, sin medios y con escasa mano de obra, va a una velocidad de construcción que nada tiene que ver con los cuatro años que empleó el faráon Gallardón en realizar las obras del sur de la M-30, mucho más modestas que lo que se propone en el libro.
Todos estos detalles perjudican, como decía, la verosimilitud e impiden sumergirse en la historia. Hay un hálito de falsedad continuo, una molesta sensación de que el autor ha construido un escenario ad hoc en el que encaje bien su historia, sin preocuparse mucho por la lógica o el sentido de ciertas situaciones. El otro elemento propio de la ciencia ficción, la clonación, está mejor tratado. El punto de partida es poco original, el género ha abordado esta temática bastantes veces, incluso en el asunto particular, el que concierne a las ventajas de una versión más joven (aunque en este caso sólo mentalmente) del amante. Sin embargo, Biurrun exprime muy bien las posibilidades que ofrece la historia, y llega incluso a enlazarlo (diría que en estos tiempos ya inevitablemente) con Blade Runner, escena de homenaje incluida. La dualidad androide/clon instituida en el personaje de Yonan es brillante.
Mejor trabajado está el componente terrorífico, en el que la ajenidad y el carácter ambiguo del clon, salvador y suplantador a la vez, juega un papel importante. Los "hawaianos", una horda violenta que recorre las calles asesinando adultos y raptando niños sin motivo aparente, son, sin duda, el mayor acierto de la novela. Una amenaza sin sentido, el fin de la civilización, el reverso de todo aquello en lo que Ciro cree y que le mantiene en pie. Junto al tratamiento de los personajes protagonistas, el punto fuerte de la novela. Ciro representa la lucha por conservar lo establecido, por mantener la llama de la civilización encendida. Su causa no es heróica, su día a día es más bien una cuestión de supervivencia, la defensa de su familia y de su estabilidad. La única forma de sobrevivir que tiene es mantener su rutina. En un mundo que se hunde, sigue acudiendo al trabajo como quien en nuestra España actual continúa pagando su hipoteca, pura inercia desesperada. A su lado, su hijo de dos años y Soledad, ex alcohólica, adicta a las píldoras, una persona tan débil interiormente como estúpida, ahora inmersa en una situación que hace honor a su nombre. El derrumbe de todo ha podido con ella, así que se entrega a la autoconmiseración y a hacerle la vida imposible a Ciro, su pareja. El mayor acierto de la novela proviene del respeto mostrado por el autor a este personaje, fiel a sí mismo hasta el final. Su último acto de estupidez suprema desencadena un desenlace esperado y otro magnífico, que explica sin hacerlo explícito la existencia de los hawaianos.
Pero, tratándose de Ismael Martínez Biurrun, un aspecto que se debe mencionar siempre es el estilo. No estamos ante un escritor conformista, y eso hay que valorarlo, pero la ambición mostrada en esta novela arroja tantos elementos para el elogio como para la detracción. El cambio continuado de tiempos verbales e incluso de persona en la voz narrativa confiere agilidad al texto. Se lee rápido, tiene un gran ritmo, excepto en aquellas ocasiones en las que el retoricismo no es acertado. Biurrun siente debilidad por los tropos, y el texto está, en ocasiones, repleto de metáforas, metonimias, símiles y comparaciones; el problema es que no siempre hace un uso acertado de ellos. Hay bellas imágenes en el texto, pero también contados desaciertos. Así, la joven Li Yun tiene para el protagonista "un cuerpo alto y estrecho como un tallo, apenas hembrado, aunque deseable de un modo febril"; hay "un portal varado en una travesía desprovista de toda épica,aunque dotada de contenedores para la basura"; un pasillo interior cuenta con una "atmósfera goteante" y una radio emite información a través de una "voz demacrada". Y es que el lirismo no lo es todo en las figuras retóricas, estas han de tener una cierta correlación conceptual y, sobre todo, sentido.
Si unimos a estos detalles estilísticos algún efectismo aislado tan gratuito como la decapitación y separación de las dos primeras víctimas (posteriormente no se menciona el motivo de ese modus operandi), se tiene la sensación de que algunos tramos de la novela han sido elaborados con la intención de epatar al lector más que para servir a la narración. Haciendo balance, un escenario mal apuntalado y una prosa en ocasiones poco certera son, en definitiva, los puntos oscuros de Un minuto antes de la oscuridad. Los claros, una escritura ambiciosa, un buen manejo del suspense, unos personajes coherentes y bien definidos, alejados del estereotipo, y alguna que otra imagen poderosa en el ámbito de lo terrorífico. No es una novela maravillosa, tiene bondades y desaciertos, errores de pulso, pero se huele el talento tras el teclado. Me anima a leer trabajos futuros del autor. Con suerte, quién sabe, lo próximo que escriba Biurrun podría ser una auténtica distopía.
La novela de Biurrun no es una "falsa utopía" (no otra cosa es la distopía), no hay elemento político en ella. Pertenece al subgenero de catástrofes, más propiamente al near future de tintes apocalípticos, aunque, paradójicamente, no facilita información de ningún tipo sobre las causas de la situación límite, del desastre que ha conducido a ese Madrid de pasado mañana hasta el punto de derrumbe en el que se encuentra. Una circunstancia que, por otra parte, no es obligatoria en la cf cuando la trama y el escenario son verosímiles. En esta novela, he aquí uno de sus puntos flojos, no llegan a serlo del todo.
Tras una serie de colapsos y revueltas, Madrid se ha replegado sobre sí misma y ha dejado de ser una ciudad segura más allá de la M-30. Las autoridades han cortado todos los suministros a los barrios del exterior, donde la policía ya hace tiempo que no patrulla. Cada día, familias como la de Ciro, Sole y su hijo se encierran en casa y cuentan los minutos hasta el anochecer, cuando una extraña multitud silenciosa toma las calles.
En medio de esta atmósfera irrespirable, Ciro deberá elegir entre huir con los suyos o luchar contra el avance de la barbarie: un dilema que partirá por la mitad el corazón de esta familia y que les llevará a cuestionarse quiénes son en realidad.
La novela presenta una doble vertiente genérica, se nutre a la par de la ciencia ficción y el terror, aunque con resultado desigual. Hay un problema de fondo con el carácter apocalíptico de esta historia, es difícil no hacerse preguntas constantemente sobre la extraña situación de la ciudad. Como señalé antes, no es necesario conocer el origen del derrumbe de la civilización, pero, en aras de la verosimilitud, sí algunas de las extrañas características que presenta el escenario. Madrid ha reducido el número de sus habitantes en un 90%, pero no hay señal de una amenaza lo suficientemente grave como para dar sentido a ese éxodo. A veces, Ciro, el protagonista, no encuentra a nadie por las calles, pero hay pasajes en un Barrio de la Prosperidad repleto de gente y una M-30 con bastante tráfico; la Universidad, la policía y el servicio de recogida de basuras, aunque bajo mínimos, aún existen, luego la administración aún funciona; algunas de las familias que abandonan sus hogares les prenden fuego, sin que la causa resulte evidente, y sin embargo otras no; el alcalde intenta levantar un muro que cerque la ciudad para protegerla de la amenaza de un grupo de solo 500 personas violentas acampado al este y a nadie parece extrañarle; el muro, en una ciudad depauperada, sin medios y con escasa mano de obra, va a una velocidad de construcción que nada tiene que ver con los cuatro años que empleó el faráon Gallardón en realizar las obras del sur de la M-30, mucho más modestas que lo que se propone en el libro.
Todos estos detalles perjudican, como decía, la verosimilitud e impiden sumergirse en la historia. Hay un hálito de falsedad continuo, una molesta sensación de que el autor ha construido un escenario ad hoc en el que encaje bien su historia, sin preocuparse mucho por la lógica o el sentido de ciertas situaciones. El otro elemento propio de la ciencia ficción, la clonación, está mejor tratado. El punto de partida es poco original, el género ha abordado esta temática bastantes veces, incluso en el asunto particular, el que concierne a las ventajas de una versión más joven (aunque en este caso sólo mentalmente) del amante. Sin embargo, Biurrun exprime muy bien las posibilidades que ofrece la historia, y llega incluso a enlazarlo (diría que en estos tiempos ya inevitablemente) con Blade Runner, escena de homenaje incluida. La dualidad androide/clon instituida en el personaje de Yonan es brillante.
Mejor trabajado está el componente terrorífico, en el que la ajenidad y el carácter ambiguo del clon, salvador y suplantador a la vez, juega un papel importante. Los "hawaianos", una horda violenta que recorre las calles asesinando adultos y raptando niños sin motivo aparente, son, sin duda, el mayor acierto de la novela. Una amenaza sin sentido, el fin de la civilización, el reverso de todo aquello en lo que Ciro cree y que le mantiene en pie. Junto al tratamiento de los personajes protagonistas, el punto fuerte de la novela. Ciro representa la lucha por conservar lo establecido, por mantener la llama de la civilización encendida. Su causa no es heróica, su día a día es más bien una cuestión de supervivencia, la defensa de su familia y de su estabilidad. La única forma de sobrevivir que tiene es mantener su rutina. En un mundo que se hunde, sigue acudiendo al trabajo como quien en nuestra España actual continúa pagando su hipoteca, pura inercia desesperada. A su lado, su hijo de dos años y Soledad, ex alcohólica, adicta a las píldoras, una persona tan débil interiormente como estúpida, ahora inmersa en una situación que hace honor a su nombre. El derrumbe de todo ha podido con ella, así que se entrega a la autoconmiseración y a hacerle la vida imposible a Ciro, su pareja. El mayor acierto de la novela proviene del respeto mostrado por el autor a este personaje, fiel a sí mismo hasta el final. Su último acto de estupidez suprema desencadena un desenlace esperado y otro magnífico, que explica sin hacerlo explícito la existencia de los hawaianos.
Pero, tratándose de Ismael Martínez Biurrun, un aspecto que se debe mencionar siempre es el estilo. No estamos ante un escritor conformista, y eso hay que valorarlo, pero la ambición mostrada en esta novela arroja tantos elementos para el elogio como para la detracción. El cambio continuado de tiempos verbales e incluso de persona en la voz narrativa confiere agilidad al texto. Se lee rápido, tiene un gran ritmo, excepto en aquellas ocasiones en las que el retoricismo no es acertado. Biurrun siente debilidad por los tropos, y el texto está, en ocasiones, repleto de metáforas, metonimias, símiles y comparaciones; el problema es que no siempre hace un uso acertado de ellos. Hay bellas imágenes en el texto, pero también contados desaciertos. Así, la joven Li Yun tiene para el protagonista "un cuerpo alto y estrecho como un tallo, apenas hembrado, aunque deseable de un modo febril"; hay "un portal varado en una travesía desprovista de toda épica,aunque dotada de contenedores para la basura"; un pasillo interior cuenta con una "atmósfera goteante" y una radio emite información a través de una "voz demacrada". Y es que el lirismo no lo es todo en las figuras retóricas, estas han de tener una cierta correlación conceptual y, sobre todo, sentido.
Si unimos a estos detalles estilísticos algún efectismo aislado tan gratuito como la decapitación y separación de las dos primeras víctimas (posteriormente no se menciona el motivo de ese modus operandi), se tiene la sensación de que algunos tramos de la novela han sido elaborados con la intención de epatar al lector más que para servir a la narración. Haciendo balance, un escenario mal apuntalado y una prosa en ocasiones poco certera son, en definitiva, los puntos oscuros de Un minuto antes de la oscuridad. Los claros, una escritura ambiciosa, un buen manejo del suspense, unos personajes coherentes y bien definidos, alejados del estereotipo, y alguna que otra imagen poderosa en el ámbito de lo terrorífico. No es una novela maravillosa, tiene bondades y desaciertos, errores de pulso, pero se huele el talento tras el teclado. Me anima a leer trabajos futuros del autor. Con suerte, quién sabe, lo próximo que escriba Biurrun podría ser una auténtica distopía.
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